miércoles, 1 de febrero de 2012

Carta a un profesor

Hace tiempo que no me paso por aquí, así que dejaré una carta a modo de presentación que el profesor de sintaxis nos ha pedido para que esto no muera del todo (como si se pudiese morir gradualmente).


Estimado profesor.
Me encuentro en una de esas tardes de enero en las que el sol que se filtra a través de los cristales de la ventana invita a tu vista a perderse en el horizonte;  una tarde de reflexión, acompañado solamente por el terriblemente acogedor calor del invierno.
Dicen que el futuro debe ser una de nuestras prioridades pues es el lugar donde vamos a pasar el resto de nuestros días. Este es un detalle que he debido de pasar por alto a lo largo y ancho del catastrófico del periodo académico de cuatro meses (a lo sumo) que acaba de finalizar. Nada ha salido según lo deseado ya que, acostumbrado a que esta jornada de absoluta desdicha para muchos fuese para mí poco más que un paseo,  las piedras en el camino disfrazadas de dejadez han provocado una serie traqueteos en un tren para el que lo que algunos llaman “lastres en el trayecto” era una leyenda urbana.  Pero me niego a aceptar una irregularidad en el tiempo de llegada estimado para este gusano metálico, qué quiere que le diga.
¿Por qué elegí esta carrera? ¿Qué espero de ella en un futuro casi inmediato?
Esas son algunas de las preguntas que debía desarrollar en este compendio de palabras al que muchos de los lingüistas estudiados, fuere cual fuere su escuela, llamarían texto.
 Y se preguntará usted porqué en lugar de responder a estas dos cuestiones tan elementales, he decidido dar un giro que se sale totalmente del contexto establecido por su persona. Pues bien. Quería afirma a propósito de la citada extravagancia que pese a la situación de desánimo, teñida con la escala cromática que oscila entre los tonos negro y grisáceo, nunca, y repito: nunca,  la pasión por esta materia literaria y lingüística se ha atenuado. En ninguna de las posiciones posibles para las manijas del reloj me he acercado al rechazo de este precioso palacio que ambas forman. Me adentré en esta aventura para ir con ella hasta las últimas consecuencias, y aunque las fuerzas de flaqueza se adhieran de forma enfermiza cuando las circunstancias hacen que el cielo se llene de nubarrones, como dijo un rapero de moda: “no te hundas, aprende a bailar bajo la lluvia”.
Nadie dijo nunca que la llegada de los egipcios al monte Sinaí fuera fácil, y tampoco que el charco que separaba las Españas de Colón con aquel continente desconocido fuese un riachuelo de unos pocos metros. Pero la fe, el sudor, y el esfuerzo ilimitado fueron los motores de estas empresas.
Sé que quizá haya exagerado un poco al referirme de esta forma tan heroica a unos simples estudios de grado, pero debajo de este fino telón hay otro detrás; de seda, de una preciosa y fina seda. Yo lo llamo lengua y literatura.


Daniel Carrascosa Costa