viernes, 27 de mayo de 2011

Asquerosa condición humana

               Una imagen que vi en un libro de historia ronda últimamente por mi cabeza. En ella aparecen varias mujeres francesas con la cabeza rapada, subidas a un camión siendo paseadas por la tierra que les vio nacer.Esta fotografía fue tomada en 1944 durante el avance aliado por Normandía. Los rostros cabizbajos de las seis mujeres hacen que uno sienta autentica verguenza de denominarse hombre; pero la puntilla me la da la figura del extremo izquierdo de la foto. Un hombre acompaña a esta caravana de la verguenza, en absoluto contraste con las otras seis figuras,sobre su cara hay una sonrrisa de soplapollas que le cruza el rostro de oreja a oreja. Además el muy subnormal tiene sobre las rodillas un tambor que toca extasiado, el muy maricón, disfrutando de cada momento que humilla a las mujeres.
                Uno quiere pensar que algun paisano del pueblo le hizó comerse el tambor a ese hijo puta; no habría sido díficil pues las piernas que aparecen en la fotografía muestran que, aparte de cobarde, era un enano de mierda. Pero nadie hizó nada, al contrario, todos le rieron la gracia; todos fueron igual de miserables.
                 La imagen muestra con terrorífico realismo el carácter dualista del ser humano. Basta con abrir el obturador de una cámara para que la compasión, inspirada por la ocupación nazi hacia el pueblo francés, desaparezca; y uno deseé fervientemente que tropas de laSS recuperen el pueblo, para que le metan el tambor por el culo al muy enano.
                  Esas mujeres fueron acusadas de colaboración con los nazis, ¿ colaborar en qué? Si por colaboracionista entendemos a una persona que delata a su vecino judío a la gestapo, entoces si, pero si entendemos a la joven secretaría que continua trabajando en la fábrica, en la cual ha estado empleada toda la vida, que pasó a manos de los nazis durante la ocupación; lo siento pero no. Y tampoco culpo a la maestra de escuela que se vio obligada a enseñar el himno nazi a sus alumnos, pues de lo contrario no podría alimentar a sus hijos. Ni tan si quiera juzgo a aquellas francesas que buscaron consuelo en hombres vestidos con uniforme alemán, ni a las que hasta se enamoraron de ellos. Es más me parece genial, yo haría lo mismo. Contra quiénes si tengo mucho en contra, es contra todos aquellos que durante cinco años pusieron buena cara a la ocupación alemana; y una vez liberada la patria, salieron a la calle en busca de "justicia". Protegidos por la cobarde seguridad que proporciona  pertenecer a una masa, y en vez de vengarse contra los hombres armados perteneciente a la Wehrmacht, fueron a lo fácil: mujeres y niños tan franceses como ellos.
                   Uno quiere pensar que esto fue un caso aislado pero no es así; las mujeres de esta foto, y de otras muchas que no se revelaron, son las mismas mujeres de España, los Balcanes y oriente próximo;las mujeres de todas las guerras y todos los continentes. Mujeres cuyo único delito fue decir no a un hombre, tener algo de suerte o sencillamente pertenecer a este mundo. A ellas les rapamos la cabeza, sencillamente porque podíamos. Haber si hay suerte y mañana despierto convertido en cucaracha.

Pepe Aledo Diz

jueves, 26 de mayo de 2011

                     Tras un largo viaje Heracles regresó a Micenas, y ante la mirada de los leones de piedra, deposito las manzanas de oro de las Hesperides en la puerta de la ciudad que gobierna su tio Euristeo. El mismo Euristeo que le exigió ahogar al león de Nemea, cortar y quemar las cabezas de la hidra de Lerna, cargar al jabalí de Erimanto, cazar a la cierva de Cernie, dar muerte a las aves del lago Estinfado, limpiar los establos del rey Augias, apresar al toro de Creta, domar a las yeguas de Diomedes, de matar a Hipolita por un cinturon de oro sin valor, de traer los bueyes de Gerones a través de Europa. Ese mismo Euristeo por el cual descendio a los infiernos para dominar al Cancerbero.

                     Había finalizado la última de las doce pruebas; después de años de lucha y fatiga, de comer en el mismo plato pena y gloria. Había logrado aquello que, hasta en ese mismo momento, los hombres se habían atrevido a considerar imposible.

                      Euristeo no tuvo más opción que liberar a Heracles de su palabra y dejarle marchar. Heracles abandonó la ciudad de los leones de piedra, pero bajo el Sol del ocaso sintío que su merecida paz se vio alterada. Alterada por el miedo al horizonte y al tiempo. Heracles comprendió que delante suya se le presenta una prueba para la cual su fuerza inmortal era estéril: la de ser libre. Heracles dio media vuelta y regresó a la ciudad.

Pepe Aledo Diz

sábado, 14 de mayo de 2011

Hoy he tenido un sueño

Tenía una pequeña historia preparada para desencadenar sensaciones navideñas entre mis lectores. Animales de granja, ¿quién ha hablado aquí de estrellitas heladas? En realidad pensaba en una serie de diminutos duendes gallegos emigrados a Laponia, acompañados por mazapanes parlanchines armados con candies hasta los dientes. Sí, duendes y mazapanes; pero también regalos cuidadosamente envueltos con papel dorado, cubiertos por un coqueto lazo rojo que lo ensalce, muy majestuosos ellos. Creo que he metaforado demasiado, cuando en realidad solo pretendía citar una serie de invernales sensaciones: paz y amor.

Hoy he tenido un sueño. Sé que no es un hecho insólito y que, a veces incluso, lo hacemos sin llegar a ese estado de coma temporal con el que damos las buenas noches a nosesabequién por tener una cama tan calentita cuando el mercurio se cae de su estrado. ¿Os preguntáis qué he soñado? He soñado con billetes ardientes en mi mano. Éstos sufrían un trastorno patológico de personalidad; como tú, como yo y como ese que dice tener piel de acero, pero se quiebra con tanta facilidad como el cristal de tu ventana en un movimiento de placas tectónicas. Pues bien, el trastorno citado se veía reflejado lo más abiertamente posible: en su superficie. No tenía un color definido, ni tampoco el rostro impreso de Miguel Pizarro, ni el de Benjamin Franklin, y ni mucho menos del Tío Paco. Y es así como deberían de existir estos infernales rectángulos, desempeñando un papel sumiso en el círculo vicioso que hemos ido creado a lo largo de la Historia: ceniza mezclada con un amasijo de tierra al que ni siquiera fertiliza. Que inútiles debían de sentirse. Lástima.

¿Qué pena, verdad? Comenzar a teclear con la intención de crear algo parecido a un relato, y acabar como Freud, dando importancia al inconsciente cuyo control se me escapa de las manos. Pero la vida es ésto: ensalzar lo absurdo de la utopía que nos envuelve, que es un 95% de su genio y figura.

Por: Daniel Carrascosa Costa.

sábado, 7 de mayo de 2011

Huyó tanto que...

Ya no sabía qué hacer. A la desesperada y sin saber por qué comenzó a correr hacia el horizonte. Si veía una montaña, la escalaba. Si entraba en una ciudad, buscaba algo de agua y alimento y continuaba. Pero hay cosas que no se pueden evadir. Corrió hasta que pudo y no encontró la manera de huir de ella. Puede que sus recuerdos le atormentaran, pero no. Su sino, su rumbo, estaba marcado por completo. Hay cosas que no se pueden evadir. Dicen que cruzó un mar a nado. Dicen que pisó los 5 continentes. Dicen que nunca se cansaba de huir. Tantas cosas se dijeron de él que puede decirse que estaba hecho de palabras.
Un día, mientras seguía su incansable huída, paró a ver uno de los más bellos paisajes imaginables (dejaré que seáis quienes elijáis cuál es dicho paisaje). Por un segundo dejó de pensar en ella y pudo ver cómo el mundo te puede dar maravillosas oportunidades de disfrutar el momento. A los pocos minutos apareció un hombre que con cortas pero sendas palabras dijo:
-Oye, chico. ¿En serio opinas que merece la pena huir así de lo imposible?
Y él, que apenas había hablado desde que comenzó a huir contestó:
-No necesito que merezca la pena. Huyo porque…-y miró dubitativo al cielo.
En un instante se dio cuenta de que ya había sorteado el mayor obstáculo con tan sólo quedarse parado. Había conseguido olvidar por qué huía. Miró a su lado y el hombre que le preguntó ya no estaba. Dirigió sus ojos hacia sus manos y observó cómo en un instante se arrugaron. El tiempo perdido estaba comenzando a correr. En un abrir y cerrar de ojos había envejecido. El paisaje se tornó gris y mustio. No pudo hacer más que acostarse en el suelo y cerrar los ojos. Recordó de qué escapaba. Así fue como Átropos cortó el hilo de su vida. De esa manera ella le alcanzó. Puedo contaros lo último que pensó:
“Huí tanto de la muerte que olvidé que los momentos felices pueden existir aunque el fin sea el mismo para todos.”
Disfrutad. No dejéis que vuestro momento más feliz sea el último.
José Alberto

domingo, 1 de mayo de 2011

Clásicos que nunca cambian.

Sentado en el suelo, en la esquina de una oscura habitación te encuentras Heracles. Te encoges con la ilusión de desmaterializarte del mundo, mas no lo consigues. Ocultas la cabeza entre tus piernas para sumirte en la oscuridad, para no ver ¿No ver el qué? No ver el cadáver de la madre y los hijos que tú has matado. No ver la sangre que salpicó la pared cuando estrellastes a tus dos hijos contra ella. No ver el rostro de Mégara que yace en el suelo al otro extremo de la habitación, ella te mira. Sus ojos están húmedos por las lágrimas que derramó mientras te veía matar a los pequeños; su boca desencajada por los gritos y los cabellos caidos acaricían su rostro. El rostro que mirabas mientras apretabas su cuello.

Anfitrión llega el primero para descubrir la escena. Tu padre mortal no puede evitar negarte. Luego llegan tu sobrino Licimio y tu hermano Ificles. Licimio oculta los cuerpos, mientras Ificles y Anfitrión piensan en tu cohartada y quién será tu abogado. A Ificles se le ocurre alegar en tu defensa locura transitoria, decir a los medios de comunicación griegos que Hera te volvió loco y que por eso mataste a tu familia. Inventar otro mito que nunca se escuchará.

Pero tú Heracles sabes la verdad y ocultas el rostro para no ver. No ver la maleta que Mégara hizó porque te iba abandonar. Esa es la verdad, un mito más.






Pepe Aledo Diz.

MONSTRUOS

A mi madre siempre le gustaron los monstruos. Cuándo era niña se dormía escuchando las historias que protagonizaban quimeras, grifos y demás hijos de Equidna que le contaba mi abuelo.En el colegio eligió las asignaturas de clásicas e historia del arte sin que le importase lo leve que fuera la mención. En la iglesia prestaba más devoción a las gárgolas que al culto del niño Jesús, y quizás por eso se casó com mi padre. Lástima que un día los monstruos se volvieran en contra suya. Me pregunto si yo también seré un monstruo? No es broma, me caso dentro de poco y me han salido cuernos. No se cómo voy a reaccionar.