miércoles, 14 de diciembre de 2011

Matrix

Rasgo demasiado poco la rocosa corteza del roble porque soy tan poeta, que la necesidad de esgrimir vocablos para acrecentar esos soplos de aire que a veces brotan de mis pies es tan innecesaria como su atestiguamiento. Ya lo has visto, las necesidades vitales que nos equiparan, formando una línea horizontal casi perfecta, son totalmente inútiles para los binoculares con los que tu mente recoge mis coloridos matices; para ese holograma del que formo parte en tu Matrix particular. Hay tantas olas que no rompen hacia la costa en este mar de aguas bravísimas que con el paso de los años he tenido que perfilar un equilibrio perfecto sobre la tabla del saber hacer con la que hago trizas el sonido del aullido de tanto perro salvaje, y me río con las encías sangrando por la sal a gorgotones que se ha cristalizado. 

No me apetece seguir escribiendo, bah. 

jueves, 8 de diciembre de 2011

Etapa

Nunca supe si la situación podría haber sido mucho más grave de lo que era entonces; no alcanzo a hacerme una idea de si el número de mis idas habría podido llegar a equipararse con el de sus venidas algún viernes soleado; no termino de distinguir si el camino que nos encauzaba era el mismo o yo caminaba en círculos que me hacían retroceder pero nunca volver al origen. Me perdí en mi universo.

Desconozco si olvidaré aquella noche de playa en la que el gorrión estaba harto de toparse con las rejas de su jaula autoimpuesta. Había más estrellas que ilusiones hechas trizas, una luna que había llenado un mar a sus pies con lágrimas de color púrpura y una conciencia que comenzaba a ser consciente de su inconsciencia. La templanza que se alzaba por todo aquel paisaje nocturno me desesperaba en un momento en el que mi inquietud exigía de varios chutes de adrenalina que agilizasen el movimiento de los engranajes. Fue entonces cuando, sentado en una silla engastada en la arena, percibí la depresión verdadera, como aquello que yo denominaba mis circunstancias cambiaba su estado de reposo natural por unos pies apoyados sobre el cielo y unos labios que besaban el suelo. Sí, una etapa acababa de llegar a su fin, y tardaría demasiados de tachones de calendario en caer en la cuenta de que aquellos días solo fueron una pesadilla y que las luciérnagas comenzaban a iluminarse ahora...

lunes, 28 de noviembre de 2011

Fúmale

Llevo días entre canciones de Enrique Urquijo y varillas de incienso desgastadas con olor a ámbar. Crean una atmósfera que me teletrasporta a otra arquitectura distinta, a universidades llenas de jóvenes cabizbajos que son pura pasión, al servicio militar y a las cartas de amor que mi madre aún guarda. Por aquel entonces todos éramos zapateros remendones y los chinos eran una especie en peligro de extinción. Nostalgia de utopías que nunca vieron mis ojos...

¿Sabes qué me apetece en este momento? que Loquillo suene con su Cadillac solitario para que bailemos en alguna azotea bajo las estrellas y nuestros alientos se golpeen recíprocamente en un cruce de miradas;  que estas ideas rotas sean producto de la tinta de una pluma casi gastada en un papel amarillento. Me apetece que me susurres al oído que todo esto que nos rodea no es más que un sueño, y que los mundos que sueño son la verdad que nadie conoce y de la que soy visionario.

Líate un cigarrillo, pero alíñalo con esa subordinación que nos impide ir en busca las luces neoyorquinas, de habitaciones vacías cubiertas de escarcha entre tus gemidos y mis susurros... Dale fuego con el Zippo y fúmale hasta que ardan esos vestigios que me hacen estallar en llanto cuanto el sueño no termina de hacerse dueño y señor. Es curioso que añore cuando, en el fondo, tu pasado me acorrala en cada silencio y, sí, me destripa...

lunes, 21 de noviembre de 2011

martes, 15 de noviembre de 2011

Cuesta tanto imaginarlo

Con los mocasines
piso elegante en salones,
que no hay terciopelo en bancos;
aquí nada es para tanto.
Solo mártires con cruces
que no quieren reconocer:
el orgullo es lo que carga su costado.

Anhelo dar forma
a la arena de esa playa,
poner me quedo contigo
y con besos subrayarlo;
mira mi lujuria
con forma de fresa y nata
mírame morir de hambre
y que esté rebosante el plato.

Aunque lo dijera Lennon,
cuesta tanto  imaginarlo...
pero pienso que en mi mundo
quizás aún pueda lograrlo.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Ahí va una genialidad de Charles:

Confesión

Esperando la muerte
Como un gato
Que va a saltar sobre
La cama

Me da tanta pena
Mi mujer

Ella verá este
Cuerpo
Blanco
Rígido
Lo zarandeará una vez y luego
Quizás
Otra:

<<!Hank!>>

Hank no
Responderá.

No es mi muerte lo que
Me preocupa, es mi mujer
Que se quedará con este
Montón de
Nada.

Quiero que
Sepa
Sin embargo
Que todas las noches
Que he dormido a su lado

Incluso las discusiones
Más inútiles
Siempre fueron
Algo espléndido

Y esas difíciles
Palabras
Que siempre temí
Decir
Pueden decirse
Ahora:

Te amo.



(C. Bukowski)

jueves, 3 de noviembre de 2011

Sobre emperadores y leones.

Erase una vez tres hombres sabios que se autodenominaban hombres del pueblo, aunque ignoraban las auténticas inquietudes de éste o a cual pertenecían. En una tertulia los tres hombres discutían sobre la auténtica naturaleza del hombre (por lo visto ahorraron la cerveza los miserables). Existían dos posturas al respecto: una consistía en considerar al ser humano un ente desnaturalizado para mejor, el cual siempre tendía a ser justo y bueno pero que la sociedad en ocasiones demasiado saturada le pervierte. El segundo hombre pensaba justo lo contrario, el exilio voluntario del hombre de su entorno natural le había convertido en un ser mezquino y cruel, y que estaba condenado a la extinción (otro soplapollas). El tercer hombre, el que menos hablaba, se limitó a contar una historia:
Cuentan que el emperador Adriano en uno de los múltiples viajes que realizó en vida sobre su vasto imperio fue testigo de uno de los espectáculos más hermosos que pueda ofrecer la naturaleza.
El emperador había cruzado el mediterráneo y desembarcado en África para visitar sus provincias al norte del continente: la rica en jinetes Numidia y la un día poderosa Cartago. La nobleza local preparó un recibimiento digno y organizó una excursión para el emperador; y montados sobre elefantes recorrieron los anchos paramos de hierbas altas para contemplar aquella fauna tan distinta a la de Roma.
Al atardecer la comitiva alcanzó un pequeño lago rodeado de grandes arbustos que llegaban hasta los ojos de los elefantes; en el centro se encontraba una manda de leones. Adriano observó con interés pues una tragedia se estaba representando en el pastizal.
 Dos leones, uno viejo y el otro joven, combatían.  El león viejo luchaba movido por la desesperación, deseaba acabar con el joven de inmediato. Cada golpe errado o que el joven se limitaba a aguantar sin mostrar signos de desfallecimiento volvía loco al pobre animal. Finalmente la nueva generación humillo a la anterior, el viejo abandonó cabizbajo, cansado y herido aquello que una vez fue suyo. No tuvo valor para mirar a ninguna de las leonas y quiso adentrarse lo antes posible en la larga y agónica muerte que le esperaba.
La manada comenzó a inquietarse, el león joven registraba detenidamente las hierbas y matorrales buscando a los príncipes de su oponente, y uno a uno los fue matando conforme los encontraba. Nada pudieron hacer las leonas que en vano intentaron llamar su atención; a dos los devoró pero el resto quedaron tendidos con las lenguas fuera mirando al Sol. El león joven ebrio de victoria quiso explotar al máximo su triunfo y se colocó detrás de una de las leonas y empezó a montarla. Ella resignada se dejó hacer por el asesino de sus hijos; y éste no se limitó a copular sino que además gozo cómo un cabrón profiriendo alaridos y mordiendo suavemente la nuca de ella.
Los asistentes del séquito se escandalizaron ante la escena pero Adriano se limitó a decir: “igual que nosotros”.
Esa es la verdad; nos pensamos que la naturaleza es presumida y afable por su follaje pero esa misma vegetación esconde una realidad cruel e igual de salvaje que las presuntas civilizaciones de los hombres. No somos peores ni mejores a las otras especies; somos capaces de quemar el mundo entero, verter sal sobre la tierra calcinada y luego crear de la nada. Esa es mi naturaleza.
El tercer hombre no fue invitado a más tertulias.
Pepe Aledo Diz.

sábado, 22 de octubre de 2011

Ni siquiera tienen título los pensamientos de un enfermo que no alcanza a dar con el detonante de ese algo que se traba. Si miro al pasado mis papilas gustativas son invadidas por una amargura que recuerda al vinagre más ácido, al más amargo, pues no estoy precisamente orgulloso de ese retrato adolescente que guardo en mi desván de los enseres carcomidos y tampoco el tuyo es ningún Éxtasis de Santa Teresa; pero sí una Habitación de Van Gogh quizá, y me muero nada más entrar. Solo se me ocurre una solución: esta noche seré una hechicera sin verruga y la fórmula secreta de mi pócima será la proporción exacta de vino y Coca-cola en mi caldero de plástico con capacidad para un litro de brebaje. Aún así, no quiero que te vayas.

viernes, 21 de octubre de 2011

En esta noche de ninfómanas estrellas y traviesa luna, me muero por echar el tercero sobre algún lecho que nos acoja, y a nuestras ganas de comernos vivos. Yo no era vampiro hasta que te conocí, tenlo claro, pero debes de ser algún tipo de sal roja; de esas que provocan una sed de sangre enfermiza. Hace tiempo que no sonreía tanto; hace tiempo que miraba las hojas caídas por el otoño cobrizo. Me apetece tanto llenar páginas enteras con versos de melancolía y llantos de alegría de forma intercalada para después esperarte en el andén que nos conoce y dártelas mientras me sonrojo.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Hacerte sudar

Escucha mi serenata en un tren de cercanías,
por si te apetece llegar a la hora prevista
y soportas el ruido del cacharro,
del niño que llora y del que calla,
de mi corazón latiendo a media distancia,
de mis piernas temblando en Talgo,
del AVE que picotea mis entrañas.

Escucha mi serenata en el maletero de este coche,
por si te apetece un revolcón inesperado
y soportas el azote de mi ternura,
mi hambre de tu bestia,
mi luz encendida hasta las tantas,
mi sueño de una noche de verano,
mi electrificante cruce de miradas.

Escucha mi serenata aquí sentada,
que quiero hacerte sudar...

jueves, 6 de octubre de 2011

Loung act

Tener el pelo largo y lacio para parecer un león en esta puta jungla. Para mover la cabeza al son de cuatro acordes de punk-rock que destacan por su simpleza, pero que son nitroglicerina si beben de mi rabia. No me hables de preocupaciones, que yo tengo una sonrisilla traviesa cuyo útero es la desconfianza. Hazme una lista plena de cachibaches que valgan la pena porque, cualquier día al anochecer, voy a sufrir una trombosis en vida. Sí, ahí acaba todo, con mi muerte... o quizá no. Quizá solo es el principio de algo tan precioso como tus piernas abiertas de par en par, como venido de otra galaxia. Ya desvarío, nena, y el hilo argumental lo he perdido cerca de Laponia o de algún lugar de la Mancha. No intentes descifrar mis fetos sangrantes, que ni siquiera yo recuerdo el vientre que los trajo a este segundo que habito. Empiezo hablando de Smell like teen spirit y acabo en la cocina, echando un vistazo a la vajilla por si hubiera o hubiese algún cuchillo de sierra, pues las ganas que ella me ha dado son tremendamente densas.

Loung act.


-Hola, ¿te conozco?
-Vete de mi casa.
-Aspírame.

Y entonces aquel espectro con contorno femenino que se alzaba ante él le arrancó los labios de un mordisco. Nunca más volvería a cometer tal allanamiento de morada. Nunca más se atrevería a usurpar lo desconocido. Besó sus dientes e insitió:

-Toma un clínex pero, vete.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Noches de verano.

                

Qué puta mierda de noche; cada año los moros y cristianos llegan antes. Encima está ese mosquito, el cual da vueltas a mi alrededor como si yo fuese carroña y él un buitre africano. No me importa que me piques pero no zumbes pedazo cabrón. No se decide, seguramente será un mosquito templario; sólo zumba por joder.

Enciendo el ordenador para introducirme en esa maravillosa autopista  del contenido erótico-pornográfico, hay quiénes lo utilizan para estudiar pero no es el caso, llamada Internet. Empiezo con la categoría amateur, pero me da la sensación de que estas niñas son demasiado amateurs. Luego pruebo con el hentai, pero nada; demasiado guión y yo no entiendo el japonés. Le toca el turno al anal, el anal siempre suele funcionar, pero esto es publicidad engañosa; si se la meten por el coño  pero no se miran a los ojos se está haciendo un perrito no un anal. Mi último recurso; las lesbianas, pero nada. Noto que me falta algo.

Apago el ordenador y con la picha dolorida vuelvo a la cama. No tendré más remedio que cascarmela pensando en ti.

218

Un día, una mañana, sales disparado de la cama sin tener ni idea de que acabas de adentrarte en el laberinto sin salida de la vida. Si además la situación en la que te encuentras no es la más idónea, pasas segundos, minutos, horas... deseando que tu cuerpo nunca se hubiese separado de aquellas sábanas, y que todo gire rápido y sin pausa como en una noria. Pero ese día no tienes tampoco ni idea de que si juegas al azar, aunque tu canción favorita de Vetusta no sea Copenhage, puedes tener la combinación ganadora entre manos, y que lo que empieza siendo un impulso efímero puede convertirse en un "no te vayas nunca".

Tengo miedo al futuro a ratos: a que se consuma ese cigarro que apenas roza tus labios pero ya arde de forma incandescente y a que Kutxi no quiera que me quede a tu lado y no pongamos mantel alguno. Aunque en realidad el presente huele casi tan bien como mi nuevo gel de baño, y me das tantos besos que a veces pienso que pronto voy a tener que buscar unos labios de repuesto, para cuando solo sienta el hormigueo que precede al roce que no cesa.

Mira esas luces de neón. Sí, es un número, y está ahí para decirnos cual es nuestro sitio. Igual que el faro al que no llegamos, y ni falta que hizo, porque lo importante no era llegar sino el trayecto. Solo pienso en él, en caminar  por el desierto que no lleva a ninguna parte, que no tiene final.

¿Qué he sacado algo en claro de todo esto? Que no hay mal que por bien no venga y que te quiero. Eso último tatuátelo donde pueda morderlo después.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Ramera

Mi estrella es una grandísima ramera,
aunque lo invisible no lo compre el dinero,
la sífilis acecha en cada madrugada
que viajo lejos
por la carretera que lleva al incendio de mi puta existencia.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Siempre a contracorriente.

-¿Qué opinas sobre lo ocurrido?
-Nada, en realidad no sé qué pensar. Simplemente hablo de manera automática, pero en el fondo me es todo indiferente. A veces pienso incluso que tenía que pasar y que me estoy divirtiendo como un niño con un juguete nuevo.
-Estás loco, de verdad. Todavía no he podido adivinar el rumbo del viento que sopla en tu interior. Eres especial, único.
-No creo que sea para tanto. Me dejo el cuerpo muerto y que el azar decida por mí. Es cuestión de tomar decisiones sin recapacitar; lanzarse al arrollo y nadar. Siempre a contracorriente.
-Ve allá fuera. Somete a esos Don Nadies.

Daniel.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Cuentos para la pequeña Karenina.

La puerta del Kulak se abre torpemente debido a la escarcha provocada por la nevada, para dejar paso a la figura del soldado SS Dimitrovfenlevin, y a la pequeña Karenina que cobijada entre las piernas del soldado mira el paisaje. La interrupción del canto de los pájaros hace que ambos miren confusos al cielo, Levin neutraliza su instinto de lanzarse al suelo por medio de la razón, y por el hecho de que la pequeña le observa. El avión que les sobrevuela está a una altura demasiado elevada para suponer una amenaza, además el ruido de los motores delata al aparato como un Junkers- 88, seguramente en misión de reconocimiento, la decadente aldea rusa escondida en lo profundo del bosque no es un objetivo por el cual valga la pena arriesgarse a quedar estrellado, ni para la aviación nazi ni para la soviética. El soldado de la SS mira a la pequeña Karenina esbozando una  mueca de complicidad: “¿Vamos?”, “Sí”, contesta la pequeña.
-¡ A dios señor Montekarlf !- grita Karenina desde la puerta del kulak hacia el interior de está.
-Niña – le replica el SS-  ¿A qué viene ese alarido? ¿No sabes que los ronquidos son un indicio que indican sueño?
-Pero hiwi ya es de día y el señor Montekarlf se ha portado muy bien con nosotros.
-Ya lo sé, y es muy considerada de tu parte querer darle las gracias, pero cuando uno está borracho no necesita que le grite una niña de ocho años. Bastante tiene con la resaca que se pilló anoche bebiendo wiskie de garrafón
El hiwi de la SS ofrece su mano enguantada de negro cuero a la pequeña nativa, y ambos inician su recorrido.  La escarcha que cubre la tierra crea una superficie sólida que impide que las botas de piel de conejo del SS y la pequeña Karenina se hundan en el barro. Mientras avanzan Karenina golpea con sus manoplas las orejeras de su gorro de oveja estilo cosaco; en contraste el soldado avanza iracundo, excepto por el fusil de precisión tipo máuser que lleva colgado al hombro y las correas de cuero negro que atraviesan su pecho, nadie diría que pertenece a los ejércitos que han conquistado la totalidad de Europa. Su aspecto artificialmente voluminoso provocado por el abrigo ruso que lleva debajo del blusón mimético, y la sustitución de su casco de acero por varios pañuelos de colores estilo gitano distan mucho de darle un aire marcial. Aun así a pesar del frio, de encontrarse perdido de su unidad y de tener bajo su responsabilidad a una niña traviesa y preguntona es la primera vez  que disfruta del paisaje ruso. Habiéndose acostumbrado a las  interminables estepas repletas de columnas blindadas y pueblos en ruinas, el paisaje presente le resulte difícil de  concebir.

Hombre y niña caminan por una pequeña cañada, la cual atraviesa el pequeño bosque de pinos y árboles de hoja caducifolia donde han pasado la noche. El SS y la niña observan los kulaks abandonados que hay a ambos lados del camino, son pocos y toscos pero hacen lo que niegan los fuertes, salvar la vida a los hombres. Los rayos del sol se deslizan furtivos entre los huecos de las copas de los árboles, como si fuesen peces que no temen a la red del pescador, para acariciar a estas lúgubres casas. Refugio de cazadores y guardabosques, que al igual que las abuelas solamente reciben la visita de su prole ingrata cuando esta se ve necesitada de favores.
Karenina se ha cansado de juguetear con las orejeras del sombrero y finge interés por la absurda complejidad del mundo adulto , pregunta a su hiwi.
-¿Por qué se os emborracháis los hombres?
-Porque somos de naturaleza cobarde y solamente así somos capaces de decir aquello que sentimos.
-Entonces, ¿estar borracho es bueno?
-Depende del alcohol con el cual te emborraches.-  el SS se detiene delante de la última cabaña del linde de la cañada, su madera esta terriblemente carcomida por el frio y las termitas, y  su techo de paja ha adoptado  un color marrón debido a la humedad, la cual también es responsable que se éste hundiendo hacia el interior del kulak- Es aquí.
-¿Cómo lo sabes?
-No puede ser en otra parte. Aquí guarda el trineo con los perros- el SS saca de una de sus cartucheras de munición una tosca llave de cobre, la introduce en la cerradura y no es hasta el sexto golpe cuando por fin desiste está en su defensa ante asedio.  La luz de  sol muestra a cuatro animales cobijados entre ellos buscando darse calor mutuamente. Ninguno ladra, las criaturas cuando tienen miedo callan y dejan que sean los acontecimientos quienes decidan si ladrar o morder.
El SS retira la paja podrida que se ha hundido sobre las jaulas en las cuales duermen los perros, convirtiendo de está manera su hogar en prisión. La mirada de los cuatro animales le siguen mientras realiza la incómoda labor. Karenina quiere acariciar a los perros pero su hiwi le espeta al respecto: “todavía no saben que somos amigos”. La desobediente criatura calla; al igual que los animales los niños también intuyen cuando deben hacerlo.


El SS prepara el trineo como buenamente puede, a pesar de su inexperiencia con los trineos el retraso se debe más por la falta de orden y la localización de los materiales de trabajo que por su ineficacia. Uno de los perros está tumbado delante de la puerta del Kulak donde casi muere, los otros tres aún no se atreven a salir.
La pequeña Karenina sale corriendo del Kulak, y detrás de ella se escucha el ladrido de los haskies que permanecen en el interior. La niña pasa por delante de la perra guía, pero esta no le hace nada, pues la asocia como la cachorro de quién la ha liberado, y entre animales es de mala educación matar a los hijos si no hay hambre.
-¿Capullo de aleli se puede saber a qué juegas?
- Mira lo que había en la cabaña de los perros hiwi- Karenina le muestra un plato de madera medio vació con leche.
-No fastidies niña tu escaramuza ha hecho que te manches el abrigo- el SS se quita uno de los pañuelos que envuelven su cabeza y limpia la mancha a Karenina, mientras realiza la acción le espeta- Dame eso, esta leche no te la puedes beber.
-¿Por qué no?
-Pues porque ha pasado la noche con los perros y seguramente estará meada. Además es de los perros y no tuya.
- ¡Pero yo quiero!
- No puedes coger aquello que quieres y no te pertenece, ¿conoces la historia del chacal que cruzó el desierto?- Karenina mira al SS, omite sus ganas de llorar ante la perdida del preciado manjar  y con la cabeza dice que no. El SS se sienta en el trineo y a la niña sobre sus rodillas y así comienza a narrar:

Cuando el tiempo aún se medía mediante la posición del Sol y el calendario tenía otros nombres; un chacal tomó la decisión del pueblo hebreo, cruzar el desierto en busca de la tierra prometida. El astuto animal utilizó, a modo de estrella de Belén particular, una caravana de beduinos. Seguir su marcha le ayudaría a atravesar el vasto desierto, pero debía de tener cuidado. El chacal tenía que mantener las distancias para que no le cazasen; y por las noches vigilar el campamento que los beduinos montaban, durmiendo a intervalos cortos de tiempo. Despertar una mañana y encontrar el sitio del campamento vacío significaba una muerte segura.
Transcurrido un largo e incómodo periodo de tiempo, el chacal por fin consiguió cruzar el desierto. La caravana de beduinos le había llevado hasta una tierra como jamás podría imaginar: un fértil valle con montañas en el horizonte, de las cuales manaba un río, el cual alimentaba a la vegetación del bosque.
El chacal fue feliz en esta nueva tierra, habitada por otros muchos animales como el antílope, el búho, el rinoceronte y el jabalí, pero al que más apreció era al cuervo. Marginado y solitario por naturaleza, hizo migas con él, y el cuervo le mostró donde podía encontrar la madriguera del conejo, la ardilla o del erizo.
Pasó una semana y el chacal, que no estaba acostumbrado a dormir entre tanta abundancia, empezó a volverse caprichoso con la comida. Deseaba algo más grande que huevos de golondrina y pequeños mamíferos. Una mañana rastreando el bosque encontró a un cachorro de león que apenas había empezado a ver. El chacal se abalanzó sobre el indefenso cachorro, le mató y en lo más profundo del bosque le devoró.
Una tarde sombreada, con los rayos del Sol tiñéndose de naranja, el chacal fue a beber en su charca favorita del bosque. No llego a probar trago, pues de entre los matorrales surgió un león. El chacal dio media vuelta e intentó huir, pero una leona se le abalanzó y empezó a devorarlo en vida. Desde lo alto de un árbol el cuervo contemplo la escena y grito: “no eres el único animal que vive en el bosque; deberías haber aprendido a convivir con nosotros antes de abandonar tu tierra”.
-Y así acabo el pobre chacal Karenina – subrayo el SS ante la mirada atónita de la criatura- ,no puedes llegar a un sitio nuevo y violar el orden establecido por quienes esteban antes que tú. Esta leche pertenece a los perros que van a arrastrar el trineo donde iremos nosotros. ¿Comprendes?
-Si hiwi.
La niña saltó de las rodillas del SS para ir a jugar con la perra guía. El SS se llevó el cuenco de leche a la nariz y la olio. “Vaya injusticia”, pensó, “la niña sin leche y éstos cabrones meándose en ella”.
                               

                                           FIN
Pepe Aledo Diz

domingo, 4 de septiembre de 2011

Nada que decir.

Vuestras bocas expectantes de una de mis genialidades en 3,2,1... pero no tengo nada que decir, y mucho menos repertorio como para marcarme un tocho de alucine. Ayer le compraron a la hermanita de Pepe una camiseta de Buzz Lightyear que tenía un encanto especial debido a los marcianos estampados que había impresos. Recordé el gancho, el Pizza Planet y las tardes lluviosas de videoclub allá por el 97. Ha llovido tanto desde entonces... ahora todo es demasiado complicado, siempre buscándole tres pies al gato, creando películas mentales que poco de comedia tienen.
Me pasó el puto día delante de la pantalla del ordenador, con las teclas entre los dedos y sus entendibles quejas por no dejar de ser golpeadas por unos aburridos quintillizos. No tengo cuerpo para absolutamente nada, en serio. Ayer me fui a hacer footing a un maldito barrizal bajo la lluvia, aunque reconozco que fue una experiencia reconfortante y que necesitaba uno de esos pequeños retos simplemente por el gusto de ponerme a prueba. Luego lo típico: cachimba, gin tonics, birras y kebab. Llevé el disfrute de todo ello al límite, lo prometo. Nada de borracheras tontas ni resacas innecesarias. Cuando el cuerpo empezó a flojear me tiré en la cama y me sentí como una marmota; agusto y con entereza, eso sí. Reconozco que me adentré un poco en el laberinto que intento eludir, pero mi mente está enferma, y oye, también hay que dar un poco de rienda suelta a nuestra locura, aunque sea por el simple hecho de conocernos más a nosotros mismos. Y nada más. Lo que veo a día de hoy cada vez que me miro al espejo es el reflejo de mi pasado, y mi pasado es eso: algún que otro concierto, viernes de recording y quinceañeras agregándome a tuenti. Buenos tiempos esos, sí señor. Se avecina un concierto para esta semana que me tiene el ego a flor de piel y creo que los días de no pensar y diversión incontrolada están aquí de nuevo.

Pd: Se acabó.

martes, 30 de agosto de 2011

Una de romanos.

 El manípulo avanza en vanguardia hacia el erizo macedonio. Aún está lejos pero la imagen de cientos de sarissas macedónicas dirigidas contra nosotros sobrecoge a todas las cohortes; igual que mirar los dientes de un lobo. Los pies de los ochenta hombres, que integramos la tercera centuria, de la segunda cohorte avanzamos al unísono. Debemos llegar todos, sin desorden ni espacios vacíos en las filas; de lo contrario aquellos que  lleguen vivos para el asalto podrían verse solos, y como es de esperar no durarían mucho.
Estoy situado en la tercera línea del manípulo de a ocho, rodeado de hombres y aun así me siento solo.  A través de las nucas de los legionarios veo tomar forma a mis miedos. Nuestra respiración se acelera, el aliento choca con el borde del escudo. Aprieto con fuerza el hombro  derecho del compañero que me precede; en contraste la mano de Emiliano está tranquila, no siento variación en su conducta. Algo vergonzoso; pues yo soy el mayor de los tres y por lo tanto quién debe cuidarlo.
El centurión Julio Brote ordena que formemos en testudo; los decuriones  pasan la orden y nos escondemos del cielo de Heros bajo nuestros escudos. Nos apretamos los unos con los otros, y el sudor a miedo de ochenta hombres provocan que el aire del habitáculo formado por los escudos sea nauseabundo; nos estrangula nuestra propia olor. Oímos una especie de silbido de serpiente; estamos al alcance de sus proyectiles. Las flechas impactan contra la formación, los tenues rayos del sol que se cuelan por los bordes de los escudos parpadean. Algunos proyectiles encuentran carne pues oigo gritos, blasfemias y ruegos. Siento que algo toca mi escudo y aprieto con más fuerza el hombro de mi compañero de armas. Espero no tener que sustituir a nadie de la primera fila.
El centurión ordena un alto, los macedonios lanzan otra descarga contra nosotros; cuando el silencio se restablece reabrimos la marcha. Recorremos unos doscientos metros a paso de mula, durante el camino paso por encima de los cuerpos de tres legionarios. La mano apoyada en mi hombro no ha cambiado en ningún momento: Emiliano continua vivo. Un silbato suena tres veces, rompemos el testudo y formamos en líneas abiertas. Ahora a través de las nucas de mis compañeros veo con claridad al erizo.
Una falange de pezherataitroi de dieciséis filas con un total de 235 hombres, nuestro manípulo se ve pequeño; reconozco que me produce una fascinación obscena ver como se mueven las armas del enemigo. La mayoría cubren su cuerpo con linothorax de lino o cuero pero también observo corazas de bronce que imitan la forma del torso desnudo de un hombre. Cubren su pierna izquierda con una greba la mayoría de cuero como mi coraza; la mayor diferencia entre su equipo y el nuestro está en los cascos, mejores que los nuestro utilizan estilos frigios o beocios, algunos son azules y unos pocos llevan crines para incrementar la altura de su porteador.
Inmediatamente miro a mi derecha e izquierda, me alivia ver el polvo que levanta el avance de otras centurias de la triplex acies. Un tribuno a caballo se acerca, intercambia unas palabras con el centurión; parece ser que estamos unos pocos metros adelantados del resto de las unidades de combate.
Se escucha un silbido, avanzamos, el corneta toca parada. El manípulo y la falange se miran las caras. Diez metros de distancia nos separan, y sus cinco filas de sarissa en ristre hacen que parezcan quinientos. La primera fila arroja sus pilum, suena el silbato, la primera fila retrocede. Rotamos la segunda ocupa su lugar; libero el hombro de quién me precede, lanza su pilum. Emiliano suelta mi hombro; la tercera fila se sitúa  en cabeza. Ya puedo verles la cara: bendito espectáculo los pezherataitroi están asustados. Su formación se tambalea; su primera, segunda y tercera fila están prácticamente deshechas. Lanzo mi pilum al unísono con el resto de mis compañeros, se escuchan gritos y varias sarissas se desploman resultando tan amenazadoras como las ramas caídas de un árbol. Se oye un silbato que toca a carga, y me percato de que la tercera fila es ahora la primera; desenvaino mi falcata y posiciono mi escudo en horizontal a manera de ariete, cargo hacia una masa de cuero y bronce. El manípulo avanza como si fuese una única bestia gritando y maldiciendo. Los hombres de las últimas filas cantan canciones para infundir ánimos.
El enemigo intenta rehacer sus líneas pero resulta en balde. Esquivamos con facilidad las pocas sarissas que nos amenazan y arroyamos a sus portadores, muchos huyen incrementando la aglomeración de hombres y a la confusión. Con mi escudo golpeo los huesos de una masa de carne, ante mi aparece un rival con coraza de bronce que me ataca con su sarissa partida; pero una lluvia de pilums le atraviesa el pecho y otros caen muertos a su alrededor; la cuarta fila nos da cobertura. Utilizamos nuestros escudos ovales para desequilibrar al enemigo e introducirnos en sus filas apuñalando sin piedad, como lobos que encuentran una cuna abandonada en el bosque.
Provocamos el lloro en hombres armados; lanzo tajos por debajo de sus piernas. Las grebas guardan los muslos macedonios pero el cuarto tajo encuentra carne y la arena se tiñe de sangre y orines. Continuo hacia delante, de los enemigos heridos se encargaran los hermanos de detrás. Veo una espalda desnuda, la hiero y grita; al momento unos brazos me sujetan los hombros pero enseguida pierden fuerza. Me libero de su llave y el cuerpo que hay detrás de esos brazos es el de un niño. Los pezhetaitroi empiezan a reaccionar ante la situación abandonan las sarissas y desenvainan los kopis; ya no existe la formación y el orden, nos matamos a dentelladas como aguiluchos dell mismo nido. Un legionario cae ante mi gritando y agarrándose una herida en el muslo; el rival que le ha provocado la herida está de rodillas en el suelo. Me ataca, rechazo su golpe con el escudo y le asesto un tajo vertical en la cabeza, su pobre casco de cuero se resquebraja ante el impacto, su frente y ojo izquierdo han quedado dañados. Unas manos me hacen a un lado, es el legionario herido, se abalanza al cuello del pezhetaitroi, ese ya no causara más problemas. Entre el polvo levantado busco a un enemigo; veo un espaldar de bronce, apuñalo la ingle de su porteador; éste cae al suelo gritando como una mujer y únicamente cesa cuando otro legionario le atraviesa el cuello con un gladius. Avanzo pisando a los muertos; un camarada cae herido con una brecha que le cruza toda la frente, masa cerebral asoma por la herida. Su atacante viene hacia mi, alza su escudo con los bordes manchados de sangre por encima de los hombros, (no voy a perder el tiempo en preguntarle que pretende). Me agacho y al mismo tiempo me cubro, siento el golpe, hundo mi falcata en su vientre. Suelta el escudo y le propino un tajo de derecha a izquierda que le rebana la garganta; su sangre salpica mis parpados y el bronce de mi casco.
Una cota de malla aparece ante mi; solo hay un hombre en el manípulo que lleve ese tipo de protección: Emiliano. Intento darle alcance; está cerca pero lejos a la vez. Emiliano se agacha para hundir su gladius en el vientre de un enemigo caído enemigo; continuo avanzando y cuando llego a la altura de aquel mismo enemigo hundo mi falcata en él; grita aún vive pero no amenaza. Una vez logro alcanzar a Emiliano le grito pero no escucha; está ocupado desollando a un hombre. Miro a mi alrededor y mi valor expira; a diez metros por delante nuestra hay una falange de reserva que nos amenaza con las sarissas. Escucho un sonido cortante y al segundo un romano yace en el suelo. Los macedonios nos hostigan con proyectiles, el manípulo hace rato que ha perdido su cohesión vital; el combate cuerpo a cuerpo ha roto nuestra unidad y desecho la disciplina, cada legionario lucha solo y eso lo hace una presa vulnerable para los proyectiles que los peltastas nos arrojan protegidos dentro de la falange. Algunos peltastas abandonan la protección de la infantería pesada para tener un mejor ángulo de disparo, unos pocos incautos les persiguen pero los peltastas se refugian en la falange y los legionarios quedan ensartados en las picas. Oigo un trueno, la voz del centurión que llama a los hombres para reagruparse. Los proyectiles se ceban con aquellos cuyo escudo ha sido inutilizado. Una jabalina alcanza al caballo del tribuno; cuando el animal cae éste queda inmovilizado por el peso. Grita mucho, pero ni podemos ni queremos ayudarle. La falange avanza hacia nosotros, retrocedemos como podemos esquivando cadáveres y abandonando heridos. Unos pocos hombre permanecen junto al centurión y el estandarte; siento piedras golpear mi escudo. El centurión da la orden y salimos cagando leches hacía nuestras líneas. Los hombres continúan gritando pero ya no importa.
Pepe Aledo Diz.

domingo, 28 de agosto de 2011

Sobre mareas y corrientes.

La hostilidad inicial que el mar muestra hacía el cuerpo de los hombres resulta un calco exacto de nuestros primeros momentos en la tierra. Al nacer abandonamos una realidad inexistente pero maravillosa, un mundo confortable del cual somos único habitante con todo un cosmos a nuestro servicio. Pero un  día somos deportados del eden sin previo aviso y nos vemos desterrados en medio de un mundo hostil y perverso, que nos premia con unos sentidos que provocan dolor.
Así es el mar, como el oxígeno al principio nos ahoga pero luego se hace indispensable. Los guijarros de la playa causan dolor y el contacto con el agua es frío; conforme me adentro más fría se vuelve y pequeñas olas golpean mi pecho. El mar está esperando. Me sumerjo; las aguas y el frío se desvanece, el mar ya no me repudia pues ahora formo parte de él. En eso consiste madurar como hombre en conocer la realidad que permanece opaca a nuestros sentidos.
Nado hacía el interior, me dirijo hacía un pequeño islote que se alza victorioso en medio de las aguas. Nado sin prisa y solo salgo a la superficie para aspirar el aire que limita mis acciones; el Sol me resulta insoportable y rápido busco refugio bajo las aguas que de momento me toleran. Aquí abajo todo es distinto; vuelo por encima de barrancos marinos, me introduzco entre los pasillos que recorren estas murallas, testigos mudos de la creación del planeta y de la gran inundación que trajo la vida. A su manera su tacto pulido y húmedo contiene más sabiduría que cien alejandrías.
Los peces recorren estas murallas; yo juego con ellos, les persigo e intento acariciarlos. Ante mi presencia no se inquietan pues son criaturas valientes; nosotros les atribuimos apenas cinco segundos de memoria y haciendo gala de nuestra arrogancia los catalogamos de criaturas estúpidas y torpes, pero son estás criaturas las que habitan con  los dioses de antaño a los cuales el hombre teme. Ellos son las sirenas y el Kraken, el tritón y Jörmungandr, el delfín que rescata a los náufragos y la ballena que devoró a Jonás.
Doy la vuelta y nadando despacio pero a buen ritmo retorno con los míos; alcanzo un nivel en el cual hago pie y recorro el resto del camino andando. El agua de mi piel se evapora a mi alrededor, miro atrás y me hago una pregunta: ¿cómo es posible que a tan solo doscientos metros de la costa se esconda tanta belleza?
En eso consiste la vida; al igual que el mar ella esconde bajo sus aguas a sirenas y monstruos por igual, unas veces estará en calma y en otras agitadas. No importa lo buen nadador que seas pues ella tiene sus propias reglas. Aquellos que reniegan del sufrimiento jamás serán dignos de las aguas del mar; son seres cobardes que se refugian de las bestias bajo mantas de seda. Solo aquellos a los que el Sol agrieta la piel, golpean las olas el pecho, y escuchan el sonido del Levante comprenderán la belleza de lo efímero. Son quiénes llamo hombres.
por el pesado de siempre: Pepe Aledo Diz.

domingo, 7 de agosto de 2011

EL ROSTRO DE LA MUERTE

Sobre la húmeda turba de Escandinavia, cuerpos de lo que una vez fueron hombres yacen contraídos , amoratadas sus manos, congelados sus rostros y seca su sangre. Entre ellos hay un guerrero cuyo cuerpo se encuentra inerte pero vivo todavía; sus oídos son testigos del zumbido de las moscas, del aletear de los cuervos y el aullar de los lobos. Les escucha comer y desea que rápido le llegue la muerte antes de ser devorado en vida ,la muerte no sería tan horrible sino existiera el dolor. Su cuerpo no le responde, solamente puede sentir el emanar de la sangre de su costado izquierdo y cómo se coagula alrededor de la mano derecha con la cual se tapona la herida recibida; mientras con la zurda  acaricia el pomo de su espada que jamás  volverá a danzar. Su respiración pesada y entrecortada es una traidora que crea nubes de frío vapor, delatando su leve hilo de vida, que  atrae a cuervos y lobos . Qué al igual que las personas prefieren la carne fresca.

Los cuervos alzan el vuelo y los lobos corren a refugiarse en el bosque, ¿acaso han quedado saciados? Entonces recuerda: primero llegan los cuervos, después los lobos y juntos devoran la impía carne de los cobardes, de quiénes vacilaron o murieron dando la espalda al enemigo; y por último llegan ellas. Los ángeles de la guerra, subiendo a la grupa de sus bestias los cuerpos de los caídos con la espada en la mano. Los brazos del miedo se estrechan sobre el guerrero, se sentía más seguro con los lobos. Escucha cómo una de ellas descabalga de su bestia y camina hacía él. El viento aparta a las nubes negras y los  rayos de la Luna iluminan el rostro del ángel. El miedo se desvanece; ella desnuda yace de cuclillas junto a él. Apoya su cabeza sobre las rodillas, le retira la mano que lo mantiene con vida. El guerrero siente calor en el alma, ya no le altera el frío que se va adueñando de su organismo.Le sostiene la mirada, desea que pronto se lo lleve, cualquier lugar le sirve si esta con ella . Acaba de aceptar a la muerte con su rostro.























En el centro de una estrecha pero amplia sala de ceremonias se encuentra Sigfrido. Mira las manos del anciano Tarken ,sentado enfrente suya  pelándose un huevo con sus largas uñas, y sobre él los escudos redondos de vivos colores anclados en la pared . Parecen los ojos espías de la casa. También dirige la vista a algunas jarras olvidadas en medio de la larga mesa de madera con forma de una tosca “C”.

El repiquetear del fuego devorando la leña y el calor que le abrasa la espalda detrás de él le recuerdan que no puede escapar; los escudos en fila de la pared que sus palabras serán escuchadas; la figura anciana, calva y con semblante de rapaz y mirada de cuervo que ha de ser coherente, y las tres jarras esparcidas alrededor de la mesa que tiene sed.

-Bueno Sigfrido cuéntame que ocurrió en el bosque.- no aparta los ojos del huevo y las uñas, sabe que los escudos miran a Sigfrido por él.

-Salí a cazar con el perro de mi difunto hermano y con el caballo de mi padre. Iva tras la pista de un jabalí que ataca a las hijos de los leñadores. Me adentre en el fondo del monte mas no di con él. Acabo oscureciendo así que no tuve mas remedio que abandonar la cacería. Calcule bien el tiempo que me llevaría abandonar el monte pero no predije que las nubes esa misma noche ocultarían a la Luna. Desmonte del caballo, ya que en esas condiciones no era seguro montar, le sujete de la nuca y le obligue a pasar por donde yo lo hiciese, asegurándome que cada paso que dábamos no lo hiciésemos en falso. El animal empezó a inquietarse, cómo de costumbre sabía algo que yo ignoraba; intentó deshacerse de mí . Eran tan fuertes sus arremetidas que no tuve más remedio que presionarle la nuca hasta tumbarle en el suelo y luego echarme sobre su cuello. De pronto supe el motivo de sus nervios. Lobos, pude oír sus aullidos en medio de la oscuridad en la cual estábamos atrapados. El caballo de mi padre quiso abandonarme pero no pudo debido al peso de mi cuerpo ejerciendo presión sobre su cuello y su nuca al hecho de que ninguna  de sus patas estaba apoyadas en la tierra; y seguramente eso salvó la vida del ingrato animal. El perro, más valiente que listo, comenzó a ladrar a los lobos. Al instante pude ver cómo la oscuridad se llenaba de varios ojos verdes y esos varios pares de ojos rodearon a uno que estaba sólo. Los ladridos de combate  se convirtieron  en aullidos de suplica. Los lobos debieron de avalanzarse sobre el estúpido animal con la furia se los condenados ante la que puede ser su última comida.

Semejantes sonidos inundaron mi cuerpo de terror haciendo que perdiera la fuerza y el control de mis nervios. El caballo aprovecho ese instante de indecisión para erguirse, liberándose del yugo al cual lo tenía sometido. Es de suponer que mientras a mí los estertores del perro me paralizaron por miedo a mi animal le reavivaron su instinto de supervivencia, permitiéndole realizar una hazaña que yo creía imposible para una criatura de semejantes limitaciones. Nada mas estar erguido  empezó a galopar en medio de la oscuridad; yo me agarre con ambas manos a sus crines pero el resto de mi cuerpo permaneció colgando de su perfil izquierdo. El miedo nos había dado a ambos una fuerza sobrenatural, no hay otra explicación, el peso de mi cuerpo balanceándose en su cuello no era impedimento para que el decidido animal galopase sin mostrar señales de desfallecimiento ni lamentarse por los tirones que yo daba a sus crines. Por mi parte continué sin soltar sus largos cabellos y a pesar de la incómoda posición mis hombros aguantaron tan dura prueba, menos mal que mis piernas colgantes no chocaron contra el tronco de ningún árbol pues a semejante velocidad las habría perdido.

De pronto mi caballo se paro, hecho su cabeza hacía atrás derribándome en el acto. Creí que quería deshacerse de mí, mas me percate de que estaba celebrando su triunfo personal. Tendido en el suelo, dolorido miré  hacía el cielo y me percate que la Luna estaba brillando en un cielo oscuro pero despejado; escuche sonidos de cascos al trote. Pensé que el caballo se había decidido a abandonarme pero no, continuaba a mi lado. Me levante pesadamente y miré a mi alrededor, por un instante deseé que continuará la oscuridad. El animal me había traído a un claro reconocido que hay en medio del monte donde las copas de los árboles no pueden ocultar la luz de los astros. El suelo estaba cubierto de hombres muertos, quise gritar pero la fatiga de mis pulmones no me lo permitió. La serenidad de mi caballo me tranquilizo. Entonces oí lo que me pareció el lamento de un hombre, me adentre en la carnicería  y encontré a un guerrero derribado en el suelo, con la mirada perdida en el cielo y su boca pronunciaba unos sonidos que querían ser palabras. Estaba gravemente herido. Lo subí a mi caballo, el cual permanecía tranquilo, ¿o era indiferente al destino de los hombres o aquel claro ejercía una influencia extraña en él? Partimos los tres a galope tendido por una senda que bajaba del monte.

Y eso fue todo; al salir del monte lleve al herido a una pequeña cabaña de madera que unos cazadores amigos de mi padre construyeron para que sirviese de refugio para los extraviados en el bosque. Tapone cómo buenamente pude la herida del hombre, hice un fuego y a la luz de este le volví a examinar la herida y de paso le desnude. Cogí mi cuchillo y deje que las llamas del fuego lo calentaran hasta volver la hoja naranja. Cómo no grito di por sentado que había muerto. Me tumbe sobre unas pieles que habia en la cabaña y satisfecho de haber escapado del monte con vida dormí de un tirón lo que quedaba de noche, aunque lo sentía por el perro de mí hermano.

Al día siguiente unos gritos me despertaron, llegue a creer que continuaba en el interior del monte. Sobresaltado abrí la puerta de la casa para marcharme de ahí. La luz del Sol me devolvió la sensatez; era medio día así que el pequeño habitáculo se lleno de luz. El hombre que rescate del monte estaba vivo, gritaba en el suelo como si lo estuvieran matando. Intenté tranquilizarlo, no paraba de gritar, ¿dónde está? Me miraba de una forma que me hizo pensar que no agradecía mi ayuda. Forcejeó conmigo y de haber tenido fuerzas para levantar su espada casi seguro me habría traspasado con ella. Después del ataque de terror cayó en redondo. Cogí mi cuchillo y su espada, monte al caballo y me dirigí a toda prisa al poblado. El resto ya lo conocéis.

Tarken engulle el huevo, mastica lentamente mientras Sigfrido continua de pie. El anciano se inclina todavía sentado hacia su derecha, sus manos arrugadas sostienen una espada cubierta por trapos excepto en su empuñadura. El anciano posa sus ojos en Sigfrido.
-¿Se sabe si fue un ataque enemigo.
-No señor, simples bandidos de las montañas.
-¿Sabes a quién pertenece este acero?
-A Fenrri…
-Hijo de Loke.- interrumpe el anciano- yo combatí junto a su abuelo contra los galeses y los normandos. ¿Cómo se encuentra el muchacho?
-Hay dos hombres y una curandera con él.
-No he preguntado eso.
-Aún es peligroso llevarle a la aldea, pero su herida se cura bien, tendrá secuelas pero vivirá. Recibe buenos cuidados- Sigfrido quiere hablar sobre la mente de Fenrri, sobre sus desvarios nocturnos. Quiere decirle a Tarken que aunque el cuerpo se cure el alma del guerrero se ha perdido. Que lamenta haberle salvado la vida sin saber bien por qué.- cuándo pueda montar le traeremos de vuelta.
-Bien-  los ojos de rapaz advierten que el joven cazador le oculta algo pero no insiste. Todos tenemos derecho a guardar secretos.- Devuélvele su espada cuando mejore, han pasado por mucho juntos-Sigfrido avanza tres pasos y la sostiene, entonces el anciano le dice.-Sigfrido la aldea te debe mucho, revoco tu destierro. Puedes volver.















Sólo quiero estar con ella. Han pasado tres meses y no hago otra cosa que tener pesadillas con ella. La siento cada vez que veo los  árboles sin su follaje, los matorrales consumidos sobre sus ramas o a un pájaro muerto devorado por las hormigas. Me he enamorado de un ser cuya presencia puedo sentir en todas partes pero que rehúye de mí.

La húmeda arena sobre la que se hunden mis pies y el sonido del mar tampoco me ofrece consuelo. Elle y el mar son la misma cosa. Hermosa y serena capaz de ocultar bajo su manto la tempestad de la cual nadie puede escapar. Yo lo hice a duras penas, por culpa de un estúpido cazador que curo mis heridas. Cuando me recogieron de esa estúpida cabaña y me llevaron al poblado todos se alegraron de verme. Mi madre me abrazo agradecida de no tener que enterrar a otro hijo, los niños me idolatraron como héroe, las mujeres como algo más, y mis hermanos de armas me juraron venganza sobre los bandidos que me emboscaron a mi y a siete más en el bosque.

Igual me daba, el mundo mortal. Por eso le pedí a Tarken que me diese el mando de una nave para que cuando llegará la primavera partir hacia las costas normandas y encontrar la bella muerte al lado de mi espada cómo hizo mi padre. Pero el viejo me negó el derecho que corresponde a todo vikingo por nacimiento. Diciendo que  mi herida no me permitiría  rendir cómo se esperaba de mí. Mientras que los guerreros sanos y fuertes partirían con la flota a la expedición de saqueo, yo cuidaría de las cuatro tribus que fondean y viven en el cabo de Odín. Le insistí y hasta le suplique pero el viejo no cedió.

Desesperado opte por el suicidio pero es una muerte cobarde y solamente muriendo al lado de mi espada puedo volver con ella. Así que tome la medida desesperada, la que ese cuervo me obligo a escoger, de combatir a muerte con otros guerreros de mi tribu. El primero fue Kraken, nos encontramos en el mismo camino, le exigí que me abriera paso, el cedió rogándome disculpas. Yo no las acepte y combatimos. En tres movimientos acabe con él, me suplicó de rodillas por su vida, le ordene que cogiese su espada, el no lo hizo y mate al estúpido cobarde desarmado.

El segundo fue Erick que tenía mucho más nervio que Kraken. Le descubrí dentro del bosque cogiendo turba para hacerse un yelmo. Le ataque alegando que tenía serias dudas sobre la virtud de su hermana. Él desenvaino su espada y arremetió contra mi. Casi acaba conmigo, el combate fue largo y ninguno de los dos se imponía sobre el otro. Fue un descuido por su parte lo que me permitió partirle el cráneo de un tajo. El consiguió lo que yo anhelaba.

 Utilizando estas tretas entable combate con dos guerreros más pero igualmente les vencí. Celoso de su suerte les cortaba la mano con la cual sujetaban la espada y les mataba desarmados. No consentía que estuviesen con ella.

En el poblado empezaron las sospechas, si me descubrían me matarían como a ladrones y asesinos. Huí al anochecer con un caballo veloz. Cruce la estepa y me adentre en el monte donde la conocí. Busque a los bandidos que habitan en el interior del bosque con los lobos y las alimañas. Al principio quisieron matarme cómo es natural pero yo les convencí para que me ayudarán a conquistar y saquear el cabo de Odín. La avaricia hizo el resto.

Guíe a treinta bastardos  hasta mi hogar y les indiqué dónde debían atacar. Luchamos, matamos a todos los que había en la aldea. Los niños jamás llegarían a viejo, mis hermanos murieron defendiendo sus hogares, y a las mujeres les tocó la peor parte. Todos murieron: Tarken, mi madre, y mi casa fue quemada. Los bandidos se emborracharon en la mesa de sus víctimas, celebrando su triunfo. Pero yo a pesar de mi temeridad durante la batalla no conseguí morir, pero un hombre consiguió sobrevivir a la matanza. El cazador que me salvo en el bosque pronto remediaría su error. Contó a las otras tribus del cabo lo que había ocurrido. La flota que zarparía en primavera se movilizo para vengar a la tribu de Tarken

Al amanecer de un nuevo día cien lanzas había enfrente de la empalizada. La embriaguez de los treintas bandidos desapareció ante la visión de los siervos de Thor vestido con sus hierros. Yo por mi parte estaba eufórico, sobrevivir a esas cien lanzas era imposible, pero no tuve en cuenta la cobardía natural de quiénes matan mujeres y niños. Los guerreros prometieron a los bandidos que si no oponían resistencia no sufrirían daño, solamente quién los dirigió en el ataque. Los estúpidos así lo creyeron y abandonaron la aldea en fila de a uno entregando las armas. Los demonios del mar desollaron a los treinta bandidos y luego les enterraron vivos. Todavía escucho los gritos. A mi me advirtieron  desde abajo de la empalizada que por traidor me tirarían a un foso lleno de perros hambrientos, desnudo y sin espada.

Delante mía el Sol se oculta bajo las aguas del mar y detrás mía mi hogar se consume por las llamas que yo mismo he provocado con la esperanza de retrasar a las cien lanzas. Tengo poco tiempo antes de que me encuentren pero a la vez todo. Me ajusto el yelmo, arrojo el escudo a la arena y desenvaino mi espada. Rezo una oración a Odín dios de los vientos que domina los mares, suplicándole que me acepte cómo ofrenda. Avanzo la espuma moja mis pies, luego mis piernas se cubren de agua, le siguen mis caderas y así hasta cubrirme la cabeza. Me voy a donde duerme el Sol.

Sigfrido mira un horizonte cada vez más grisáceo, la temperatura desciende conforme lo hace el Sol. La mar se agita violenta de pronto sin ninguna razón, el viento trae la humedad del mar, está corrompe el acero de sus armas mas no le importa. Piensa , como todo cazador haría cuando le falla el instinto, el pensamiento guía al instinto.

Las huellas en la arena le indican dónde debería estar su presa. No hay más huellas en toda la playa, este es el lugar pero falta algo. Falta la presa. Pregunta a la razón aquello que el instinto es incapaz de responder, ¿dónde está? Él llegó hasta aquí, pero no está, por lo tanto debió de ir a otra parte pero no hay huellas; un hombre con armas encima deja un rastro y mas en la arena. ¿Habrá escapado? Imposible, hay cien hombres repartidos entre la playa, la estepa y la aldea reducida a cenizas. El instinto le dice que la presa no tiene escape pero el pensamiento le hace dudar, su uso le engaña.

Una mano golpea el peto de cuero que cubre el torso de Sigfrido. Sigfrido dirige la mirada hacía un hombre de mediana edad, de rostro curtido por la mar y cabellos blancos que requiere su atención.

-Le hemos encontrado.

El guerrero  lleva a Sigfrido treinta pasos al oeste mirando hacía el mar. Sigfrido encuentra a dos hombres fuertes y sanos apoyados sobre sus lanzas. Ambos observan un cuerpo inerte en la arena, mojado y cubierto de algas. Sigfrido analiza el rostro; los ojos abierto que buscan la esperanza y una mandíbula desencajada que emite un grito ahogado, es Fenrri.

-Parece ser que no era buen nadador.- dice la jovial voz de uno de los guerreros, mientras el resto ríen.

Sigfrido mira a Fenrri. La mar de pronto está en calma. En la negra arena yace un objeto metálico entre el cuerpo y el mar. Avanza hacía ese objeto, es una espada.

-No a muerto ahogado- los guerreros miran a Sigfrido sin lograr entender- Es una ofrenda que Odín a rechazado.









                                                      FIN

jueves, 4 de agosto de 2011

ARTAJERJES

Cuentan que al sonido que provoca una lanza al chocar contra el suelo le sigue la muerte de un rey; pues ese sonido indica que el guardia que a guarnece los aposentos del monarca ha caído víctima del sueño.
Yo no lo pongo en duda, pero en mi caso es el propio guardia quien me guía  a través de los pasillos hacia el aposento del rey. El guardia se detiene y me señala una puerta situada a cinco metros delante nuestra. Cruzo esos últimos cinco metros yo solo, que extraños me resultan escrúpulos de los traidores: ¿acaso piensan que por limitar su eficiencia son menos viles sus actos? La humedad de mi mano hace que necesite aplicar más fuerza para agarrar el pomo de plata; de pronto una imagen ataca mi mente: la de un hombre de acero rígido como las montañas, que sin inmutarse hunde su espada en el vientre de un león que intenta devorar su cara. La sangre oxígena mi cuerpo  y  permite que me haga dueño de la situación; esa imagen no está forjada en mi vientre sino tallada en la puerta ornamentada de los aposentos del rey de reyes.. Es una escena que muestra la dura prueba a la cual deben someterse todos los soberanos de Persia. Voy a ser yo, y no el tiempo, quién cause la muerte a un hombre que caza leones.
Abro la puerta lentamente y con cautela; el chirriar de las bisagras suena en mi mente como el redoblar de los tambores de guerra. Mi fuerza homicida se acobarda La habitación esta tenuemente iluminada por lamparillas de aceite, ¿acaso teme a la oscuridad el soberano de oriente? Hace bien.
Me sitúo al nivel de su cabecera en la cama. Desenvaino mi daga de bronce y la duda, o temor, inhibe mis actos. ¿Dónde le apuñalo? El corazón parece la mejor opción, pero la hoja del cuchillo es demasiado fina; no creo que sea capaz de traspasar la caja torácica que con tanto celo guarda el corazón del amo. Podría ahogarlo, coger uno de los almohadones que hay tiradas por las alfombras del suelo, apoyarlo sobre su cara y luego echar mi cuerpo encima. ¿Pero y si se despierta? Es un hombre fuerte y yo apenas mido uno cincuenta. ¡Ya está! Le cortaré las venas mientras duerme plácidamente,  ¿pero y si corto en equivocado y sobrevive a mañana sin desangrarse? Mi cabeza sería el adorno de la pica más alta.
Nunca tuvo nadie su destino más ligado al de un rey que su propio asesino. Su muerte recordará la historia, pero en cambio mi nombre borrarán los anales. Seré yo quién sea ajusticiado, mientras otros se benefician de mis actos. Nunca es suficiente el oro que induce a la traición. Envaino el cuchillo y con cuidado abandono la estancia. Pues el rey está durmiendo y yo hice un mal trato.
Pepe Aledo Diz.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Puntos suspensivos

He aquí un poema del gran Sabina:


Lo peor del amor, cuando termina,
son las habitaciones ventiladas,
el solo de pijamas con sordina,
la adrenalina en camas separadas.

Lo malo del después son los despojos
que embalsaman los pájaros del sueño,
los teléfonos que hablan con los ojos,
el sístole sin diástole ni dueño.

Lo más ingrato es encalar la casa,
remendar las virtudes veniales,
condenar a galeras los archivos.

Lo atroz de la pasión es cuando pasa,
cuando, al punto final de los finales,
no le siguen dos puntos suspensivos

lunes, 1 de agosto de 2011

Cubierto de escarcha

Me encuentro sentado frente a tu puerta, dispuesto a ser el arquitecto de nuestro cielo. Solo te pido que me dejes trazar los planos, intentarlo, y a cambio prometo abrazarte como si mañana hubiese otro Big-Bang. Seguramente no tienes ni idea de lo que es despertarte en mitad de la noche ahogado en tus propia desesperación; ver como el mundo gira y tú con él, pero no poder seguir el ritmo impuesto. Las montañas escarpadas, los bosques de allá arriba, los lagos que parecen océanos... todos se derrumbaron desde que echaste a volar. Yo comencé a caminar en busca del sol que solo Rimbaud halló, pero no alcanzo ni siquiera a deslumbrarme con su fulgor. ¿Ya lo tienes todo claro, verdad? Tú eres mi astro. Regálame atardeceres rosados, que pueda sentirte un poco más cerca de mí, aunque tú estés de capa caída.

Continúo cubierto de escarcha, haciendo gárgaras con el lodo de mi soledad...

miércoles, 27 de julio de 2011

China

Me encuentro sentado en el vestíbulo de un lugar tremendamente iluminado. Creo que sufro de ceguera. El número de cabezas que se divisa desde mi inmediatez al horizonte es infinito, y eso me cohíbe. Estoy empezando a pensar que en lugar de encontrarme en los instantes previos a mi juicio final, ocupo una de esas oficinas de desempleados en las que el olor a axila empapada y a  colonia "formato ahorro" comprada en unos grandes almacenes dotan al lugar de un aroma característico. 

Todo ha transcurrido demasiado rápido. Volaba en dirección a China para ultimar una serie de negocios clandestinos con esos esclavos amarillos con cara de estreñidos cuando ha ocurrido todo. El copioso aburrimiento en el que me encontraba durante el trayecto en el avión -viajaba en primera clase, por lo que el número de vasos de whisky de malta ingeridos superaba el límite de la ebriedad- me llevó a alternar el uso de la persuasión propia de un hombre de negocios con algunas de las asiáticas que frecuentaban mi alrededor, y el uso enfermizo del ordenador portátil que sostenía entre mis piernas. Acabé disfrutando del perfume al Lejano Oriente que emanaba de la ropa interior de una joven que viajaba sola. Quizás no había cumplido todavía la mayoría de edad, pero no me importaba en absoluto, puesto que el tamaño de sus senos me hacía evadirme de mis prejuicios morales. Fue entonces cuando, subiéndome la bragueta y arreglando un poco el desorden que había quedado en mi ropa por las prisas, creí ver a través de una de las ventanas un ojo gigantesco que parecía pertenecer a un reptil. Ninguno de los allí presentes parecía haberse percatado del fantástico suceso, y yo tampoco podía creer lo que contemplaba. Me froté innumerables veces  los ojos, y acudí rápidamente hacia la ventana más cercana a mi localidad en busca de un segundo vistazo que desmintiera mi locura. Pero mis sospechas resultaron ser ciertas: un enorme dragón con distintas tonalidades y fulgores acompañaba de forma paralela al pájaro metalizado. No logro recordar más detalles de este catastrófico momento, puesto que el animal mitológico sonrió mientras guiñaba su ojo izquierdo, y a partir de ahí una luz se apoderó de mí. Instantes después aparecí aquí, entre toda esta gente.

“¿José López López? Pase usted ante el tribunal.” “¿Es una orden?” “Si no lo hace, prepárese para conocer el lado oscuro del maestro, El Iluminado.”
No me queda más remedio que hacerle caso a este hombre diminuto cuyo cuerpo se encuentra cubierto por un kimono oscuro en el que resalta su larga cabellera plateada que, recogida cuidadosamente, descansa sobre su hombro izquierdo. Tras cruzar el umbral de una puerta gigantesca con dos carpas koi de terracota, bañada por la estela de un riachuelo que desemboca en una cascada de gran pendiente, llegamos a un lugar completamente vacío en el que la luz que había hecho menguar el tamaño de mi pupila considerablemente desde que se evaporase la realidad aérea que me ocupaba, todavía no ha cesado. De repente, me encuentro ante un hombre de tamaño desorbitado, envuelto en un trozo de tela amarillento que deja prácticamente la mitad de su cuerpo a la vista. Las enormes facciones de su rostro: pómulos hinchados y una nariz inclinada hacia arriba que origina unas nada discretas fosas nasales, ponen la guinda del pastel a una obesidad mórbida. Sin embargo, la piel que posee le da a un aspecto infantil, debido a la suavidad que contornea todos sus rincones.
“Cómo puedes ver, tu religión occidental no es más que una patraña, mi nombre es Siddartha, pero todos me llaman Buda . Dame unos pocos segundos para que pueda hacer un recuento del balance de karma que has ido acumulando a lo largo de todos estos años. … … … … ¡Pero qué ven mis ojos! ¿Desvirgaste a una niña nipona durante tus últimos minutos de estancia en el mundo terrenal?” “La culpa no fue mía señor. El tamaño de sus senos y la desesperación me incitaron a intentar desinhibirme a toda costa. Además, tengo miedo a volar – en realidad todo había sido una acción desesperada por acabar con la monotonía que me acechaba a causa de las numerosas horas que  llevaba subido a aquel avión-.” “No te creo. Prepárate. De ahora en adelante te alimentarás y harás tus necesidades en el mismo lugar. Te reencarnarás en un puerco de cola enroscada. Hasta la vista”.

Si algo tengo claro, es que no seré yo quien copule a una de esas cerdas vietnamitas, pues no quiero volver a tener nada que ver con ningún asiático. Definitivamente, estoy harto.



El puto Dani.

domingo, 24 de julio de 2011

                                            TRIUNFO.
“Recuerda que solo eres un hombre, y por lo tanto tu gloria es efímera”. Susurro estas palabras a tu oído mientras el carro de guerra nos lleva al templo de Marte.
Roma entera se ha maquillado para ti; y paradójicamente sus habitantes acostumbrados a pasar hambre, hoy se visten con telas orientales.
Los enamorados lanzan a tu paso las flores que hurtaron para la amada; y tus caballos de guerra las pisan y defecan, al igual que las enamoradas para las que estaban destinadas.
Tus legionarios se auto engañan pensando que la aclamación popular compensa el sufrimiento pasado y los años perdidos; pero ambos sabeis la verdad, aunque intenteis enterrarla. Ninguna patria de hombre merece las perdidas sufridas.
No me mires así; soy consciente de que me estoy excediendo pero no puedo evitarlo. Ya mandarás azotar al esclavo en otro momento, ahora escucha la verdad que neutraliza a los vitores que quieren adormilar a tu razón.
No has salvado a Roma, solo has prolongado su agonía, tus méritos y el sufrimiento que ellos te causaron no son menores que el de otros grandes hombre que vinieron antes que tú, pero tampoco eres mejor que aquellos que permanecen a la sombra.
Unos denominarán a tus victorias de genocidas, otros de muestra de maestría militar. Ni la una ni la otra predominarán; en su lugar se alternarán launa con la otra; según el lugar, la época y los intereses de quiénes estudien o manipulen tu obra.
Cruzamos el último tramo de tu paseo triunfal, ¿notas cómo los vítores cesan paulatinamente? Mañana convertirá al hoy en ayer, y tu gloria se reducirá a la causa por la cual muchos padecen resaca. En esto ha quedado vuestra obra mi general, que es a la vez mi gloria y mi desastre: En nada.
Pepe Aledo Diz.