Me pasó el puto día delante de la pantalla del ordenador, con las teclas entre los dedos y sus entendibles quejas por no dejar de ser golpeadas por unos aburridos quintillizos. No tengo cuerpo para absolutamente nada, en serio. Ayer me fui a hacer footing a un maldito barrizal bajo la lluvia, aunque reconozco que fue una experiencia reconfortante y que necesitaba uno de esos pequeños retos simplemente por el gusto de ponerme a prueba. Luego lo típico: cachimba, gin tonics, birras y kebab. Llevé el disfrute de todo ello al límite, lo prometo. Nada de borracheras tontas ni resacas innecesarias. Cuando el cuerpo empezó a flojear me tiré en la cama y me sentí como una marmota; agusto y con entereza, eso sí. Reconozco que me adentré un poco en el laberinto que intento eludir, pero mi mente está enferma, y oye, también hay que dar un poco de rienda suelta a nuestra locura, aunque sea por el simple hecho de conocernos más a nosotros mismos. Y nada más. Lo que veo a día de hoy cada vez que me miro al espejo es el reflejo de mi pasado, y mi pasado es eso: algún que otro concierto, viernes de recording y quinceañeras agregándome a tuenti. Buenos tiempos esos, sí señor. Se avecina un concierto para esta semana que me tiene el ego a flor de piel y creo que los días de no pensar y diversión incontrolada están aquí de nuevo.
Pd: Se acabó.
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