lunes, 28 de noviembre de 2011

Fúmale

Llevo días entre canciones de Enrique Urquijo y varillas de incienso desgastadas con olor a ámbar. Crean una atmósfera que me teletrasporta a otra arquitectura distinta, a universidades llenas de jóvenes cabizbajos que son pura pasión, al servicio militar y a las cartas de amor que mi madre aún guarda. Por aquel entonces todos éramos zapateros remendones y los chinos eran una especie en peligro de extinción. Nostalgia de utopías que nunca vieron mis ojos...

¿Sabes qué me apetece en este momento? que Loquillo suene con su Cadillac solitario para que bailemos en alguna azotea bajo las estrellas y nuestros alientos se golpeen recíprocamente en un cruce de miradas;  que estas ideas rotas sean producto de la tinta de una pluma casi gastada en un papel amarillento. Me apetece que me susurres al oído que todo esto que nos rodea no es más que un sueño, y que los mundos que sueño son la verdad que nadie conoce y de la que soy visionario.

Líate un cigarrillo, pero alíñalo con esa subordinación que nos impide ir en busca las luces neoyorquinas, de habitaciones vacías cubiertas de escarcha entre tus gemidos y mis susurros... Dale fuego con el Zippo y fúmale hasta que ardan esos vestigios que me hacen estallar en llanto cuanto el sueño no termina de hacerse dueño y señor. Es curioso que añore cuando, en el fondo, tu pasado me acorrala en cada silencio y, sí, me destripa...

lunes, 21 de noviembre de 2011

martes, 15 de noviembre de 2011

Cuesta tanto imaginarlo

Con los mocasines
piso elegante en salones,
que no hay terciopelo en bancos;
aquí nada es para tanto.
Solo mártires con cruces
que no quieren reconocer:
el orgullo es lo que carga su costado.

Anhelo dar forma
a la arena de esa playa,
poner me quedo contigo
y con besos subrayarlo;
mira mi lujuria
con forma de fresa y nata
mírame morir de hambre
y que esté rebosante el plato.

Aunque lo dijera Lennon,
cuesta tanto  imaginarlo...
pero pienso que en mi mundo
quizás aún pueda lograrlo.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Ahí va una genialidad de Charles:

Confesión

Esperando la muerte
Como un gato
Que va a saltar sobre
La cama

Me da tanta pena
Mi mujer

Ella verá este
Cuerpo
Blanco
Rígido
Lo zarandeará una vez y luego
Quizás
Otra:

<<!Hank!>>

Hank no
Responderá.

No es mi muerte lo que
Me preocupa, es mi mujer
Que se quedará con este
Montón de
Nada.

Quiero que
Sepa
Sin embargo
Que todas las noches
Que he dormido a su lado

Incluso las discusiones
Más inútiles
Siempre fueron
Algo espléndido

Y esas difíciles
Palabras
Que siempre temí
Decir
Pueden decirse
Ahora:

Te amo.



(C. Bukowski)

jueves, 3 de noviembre de 2011

Sobre emperadores y leones.

Erase una vez tres hombres sabios que se autodenominaban hombres del pueblo, aunque ignoraban las auténticas inquietudes de éste o a cual pertenecían. En una tertulia los tres hombres discutían sobre la auténtica naturaleza del hombre (por lo visto ahorraron la cerveza los miserables). Existían dos posturas al respecto: una consistía en considerar al ser humano un ente desnaturalizado para mejor, el cual siempre tendía a ser justo y bueno pero que la sociedad en ocasiones demasiado saturada le pervierte. El segundo hombre pensaba justo lo contrario, el exilio voluntario del hombre de su entorno natural le había convertido en un ser mezquino y cruel, y que estaba condenado a la extinción (otro soplapollas). El tercer hombre, el que menos hablaba, se limitó a contar una historia:
Cuentan que el emperador Adriano en uno de los múltiples viajes que realizó en vida sobre su vasto imperio fue testigo de uno de los espectáculos más hermosos que pueda ofrecer la naturaleza.
El emperador había cruzado el mediterráneo y desembarcado en África para visitar sus provincias al norte del continente: la rica en jinetes Numidia y la un día poderosa Cartago. La nobleza local preparó un recibimiento digno y organizó una excursión para el emperador; y montados sobre elefantes recorrieron los anchos paramos de hierbas altas para contemplar aquella fauna tan distinta a la de Roma.
Al atardecer la comitiva alcanzó un pequeño lago rodeado de grandes arbustos que llegaban hasta los ojos de los elefantes; en el centro se encontraba una manda de leones. Adriano observó con interés pues una tragedia se estaba representando en el pastizal.
 Dos leones, uno viejo y el otro joven, combatían.  El león viejo luchaba movido por la desesperación, deseaba acabar con el joven de inmediato. Cada golpe errado o que el joven se limitaba a aguantar sin mostrar signos de desfallecimiento volvía loco al pobre animal. Finalmente la nueva generación humillo a la anterior, el viejo abandonó cabizbajo, cansado y herido aquello que una vez fue suyo. No tuvo valor para mirar a ninguna de las leonas y quiso adentrarse lo antes posible en la larga y agónica muerte que le esperaba.
La manada comenzó a inquietarse, el león joven registraba detenidamente las hierbas y matorrales buscando a los príncipes de su oponente, y uno a uno los fue matando conforme los encontraba. Nada pudieron hacer las leonas que en vano intentaron llamar su atención; a dos los devoró pero el resto quedaron tendidos con las lenguas fuera mirando al Sol. El león joven ebrio de victoria quiso explotar al máximo su triunfo y se colocó detrás de una de las leonas y empezó a montarla. Ella resignada se dejó hacer por el asesino de sus hijos; y éste no se limitó a copular sino que además gozo cómo un cabrón profiriendo alaridos y mordiendo suavemente la nuca de ella.
Los asistentes del séquito se escandalizaron ante la escena pero Adriano se limitó a decir: “igual que nosotros”.
Esa es la verdad; nos pensamos que la naturaleza es presumida y afable por su follaje pero esa misma vegetación esconde una realidad cruel e igual de salvaje que las presuntas civilizaciones de los hombres. No somos peores ni mejores a las otras especies; somos capaces de quemar el mundo entero, verter sal sobre la tierra calcinada y luego crear de la nada. Esa es mi naturaleza.
El tercer hombre no fue invitado a más tertulias.
Pepe Aledo Diz.