sábado, 5 de mayo de 2012

Coloréame

Y si ella supiera que mi cielo es diferente al suyo, quizá apartaría el pelo que cae sobre sus pupilas.
Mis días son cada vez más oscuros y odio la poesía con toda mi alma. Ya basta de compadecerse de sí mismo; lo dice Murakami, y es totalmente cierto.
Quizá pueda volver a viajar a la luna para volver a regar allí el árbol en el que despuntó la flor, pero jamás el fruto fue lo suficientemente dulce como para mi boca.
Me apetece contar, con las manos cubriendo mi cara. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho. Me paro en el ocho para que sepas que ahora no duermo por cansancio, que duermo para soñar en lo que los espectros archiconocidos no me dejan.

--Se deshacen los hielos--

Érase una vez el hombre que no podía hablar de amor... las caras conocidas le daban risa, y cada dos por tres mudaba su ropa pese al olor jabón recién ordeñado.
Nunca necesitó una opinión ajena teniendo un espejo. Además el mundo giraba despacio, como a ralentí.

--Si alguien se encuentra con este personaje, por favor llamar a la oficina de objetos perdidos--

Ayer me encontraba en la biblioteca municipal, perdido entre mis apuntes de Crítica literaria, cuando las fuerzas de flaqueza gritaron con grandeza "aquí estoy". Fue entonces cuando me levanté cuidadosamente de la silla y, caminando a paso constante para no hacer demasiado ruido en el parqué, me dirigí a la sección de novelas. Comencé a buscar un autor que no puedo recordar con exactitud, pero que me llevó a la estantería dedicada a los escritores cuyo apellido comenzaba por la letra "B". Allí di con W. Burroughs y sus chicos salvajes. Me bastó con un par de páginas y un enriquecedor prólogo para darme cuenta de que la escritura lineal y automática no es precisamente uno de mis fuertes.

Menuda contradicción. Me he pasado varias líneas rompiendo con sus automatismos para acabar poniendo broches de oro a lo que lancé bajo tierra. Ahí es donde radica el problema monocolor.


--Coloréame--