lunes, 25 de mayo de 2015

M.

La imagino en una playa inmensa y sin explorar apenas, con una camiseta blanca de algodón que trata de explicarle al sol qué significa la palabra armonía. Corro en dirección hacia ella, con la vista puesta en la estrechez de unas caderas que sonríen por sí solas; y me piden que las sujete con ambas manos, las palmas completamente estiradas y un suave golpe de yemas que ayude a contornearlas.

M. no es el típico maniquí con la costumbre prototípica de la estética por la estética; M. odia los escaparates casi tanto como a ella misma. Por eso los días se han convertido en suspiros, y los suspiros ya casi se han equiparado con la Sra. Sístole y la Sra. Diástole; esas que, en labios del que pasó 19 días y 500 noches tratando de olvidar, nunca tuvieron dueño. Aunque no puedo negar mi afán porque así sea, y esto es algo que ella sabe como nadie. Quizá sea esa la razón por la que adora el juego.


Por tantas razones además de las ya expuestas, no me culpo de sucumbir a sus encantos. Sé que finalmente M. también será capaz de mirar a través de todas mis derrotas y encontrarse conmigo; contemplar esa mansión en ruinas cuyo encanto reside precisamente en esa deconstrucción que la hace única, para pintar todo ese caos con el color de sus problemas.

miércoles, 20 de mayo de 2015

I

Me encontré en el filo de la aguja del pajar:
aguja con complejo de estaca,
aguja hiriente,
aguja hallada en el desastre natural
que es el devenir de la carne nuestra.

Me encontré en la hierba seca:
hierba con complejo de ocaso,
hierba inerte,
hierba arrancada de la tierra fértil,
que es el sino de nosotros los visionarios.

Por consiguiente,
trataré de ser astro,
que tantas dichas ya perecido,
todavía es luz.

O sea,
vida.