lunes, 4 de junio de 2012

Hoy

Quizá tú no recuerdes ya ese lugar idílico donde nuestros cuerpos desnudos se empaparon incesantemente de agua hasta que el ave cantó la venida de un nuevo día. Yo sí recuerdo perfectamente ese momento. Puedo recrear como si de un retrato realista se tratase cada una de las arrugas de la cama, la luz tenue de la habitación, el sonido de los coches que subía desde la calle... pero lo que más huella me dejó fue ese temor que me azotaba el estómago, y que por mucho que me dijese que aquella noche nuestros cuerpos eran anónimos, no dejaba de pensar en que quizá la casa recibiría algún visitante inesperado que me haría verme en la necesidad de salir por la ventana.

¿Te acuerdas de todas las sonrisas que me regalaste?
Estabas muy bonita, y por aquel entonces ya tenía muy claro que eras mi alegría y mi condena; mi día y mi noche; mi estigma y mi salvación; mi esperanza y mi decadencia. Si no podía fallarte cuando los días casi no eran meses y cuando no había películas tatuadas en mi piel, cómo voy a coger las maletas ahora... Eso sí, reconozco que estoy muerto de miedo.

Unos dicen que cuando se quiere de verdad nunca duele, otros que el amor verdadero es la tortura de las entrañas, pero yo no sé qué dedo cortarme de ambos. A veces creo que si otra boca te clavara sus dientes en tus labios y  te ruborizaras, yo me alegraría de tu sonrisa de un segundo. Otras creo que lo que siento duele mucho más que una lanza hoplita en el costado y que si ese cuerpo lo comprara el dinero, vendería mi alma para poder pagarla y tiraría la escritura al mar, para que la palabra siempre fuera nuestro pasatiempo favorito.

Hoy no dejo de acordarme de esa noche y del cigarro a las tantas, del no querer dormir para no perderme nada...