sábado, 22 de octubre de 2011

Ni siquiera tienen título los pensamientos de un enfermo que no alcanza a dar con el detonante de ese algo que se traba. Si miro al pasado mis papilas gustativas son invadidas por una amargura que recuerda al vinagre más ácido, al más amargo, pues no estoy precisamente orgulloso de ese retrato adolescente que guardo en mi desván de los enseres carcomidos y tampoco el tuyo es ningún Éxtasis de Santa Teresa; pero sí una Habitación de Van Gogh quizá, y me muero nada más entrar. Solo se me ocurre una solución: esta noche seré una hechicera sin verruga y la fórmula secreta de mi pócima será la proporción exacta de vino y Coca-cola en mi caldero de plástico con capacidad para un litro de brebaje. Aún así, no quiero que te vayas.

viernes, 21 de octubre de 2011

En esta noche de ninfómanas estrellas y traviesa luna, me muero por echar el tercero sobre algún lecho que nos acoja, y a nuestras ganas de comernos vivos. Yo no era vampiro hasta que te conocí, tenlo claro, pero debes de ser algún tipo de sal roja; de esas que provocan una sed de sangre enfermiza. Hace tiempo que no sonreía tanto; hace tiempo que miraba las hojas caídas por el otoño cobrizo. Me apetece tanto llenar páginas enteras con versos de melancolía y llantos de alegría de forma intercalada para después esperarte en el andén que nos conoce y dártelas mientras me sonrojo.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Hacerte sudar

Escucha mi serenata en un tren de cercanías,
por si te apetece llegar a la hora prevista
y soportas el ruido del cacharro,
del niño que llora y del que calla,
de mi corazón latiendo a media distancia,
de mis piernas temblando en Talgo,
del AVE que picotea mis entrañas.

Escucha mi serenata en el maletero de este coche,
por si te apetece un revolcón inesperado
y soportas el azote de mi ternura,
mi hambre de tu bestia,
mi luz encendida hasta las tantas,
mi sueño de una noche de verano,
mi electrificante cruce de miradas.

Escucha mi serenata aquí sentada,
que quiero hacerte sudar...

jueves, 6 de octubre de 2011

Loung act

Tener el pelo largo y lacio para parecer un león en esta puta jungla. Para mover la cabeza al son de cuatro acordes de punk-rock que destacan por su simpleza, pero que son nitroglicerina si beben de mi rabia. No me hables de preocupaciones, que yo tengo una sonrisilla traviesa cuyo útero es la desconfianza. Hazme una lista plena de cachibaches que valgan la pena porque, cualquier día al anochecer, voy a sufrir una trombosis en vida. Sí, ahí acaba todo, con mi muerte... o quizá no. Quizá solo es el principio de algo tan precioso como tus piernas abiertas de par en par, como venido de otra galaxia. Ya desvarío, nena, y el hilo argumental lo he perdido cerca de Laponia o de algún lugar de la Mancha. No intentes descifrar mis fetos sangrantes, que ni siquiera yo recuerdo el vientre que los trajo a este segundo que habito. Empiezo hablando de Smell like teen spirit y acabo en la cocina, echando un vistazo a la vajilla por si hubiera o hubiese algún cuchillo de sierra, pues las ganas que ella me ha dado son tremendamente densas.

Loung act.


-Hola, ¿te conozco?
-Vete de mi casa.
-Aspírame.

Y entonces aquel espectro con contorno femenino que se alzaba ante él le arrancó los labios de un mordisco. Nunca más volvería a cometer tal allanamiento de morada. Nunca más se atrevería a usurpar lo desconocido. Besó sus dientes e insitió:

-Toma un clínex pero, vete.