jueves, 14 de marzo de 2013

Sobre pirañas

Estoy al mando de un barco que camina hacia el naufragio inevitablemente. Ya no sé realmente quien va a estar conmigo a la hora de la verdad, y tampoco si ese momento va a llegar algún día, que es todavía peor. Parece que el tiempo fluya hacia una catarata gigante donde todo se extravíe al caer, y lo único que quede sean las diminutas gotas de agua que, tan dispersas, no pueden dar lugar a la consistencia. A veces pienso que ninguna de mis reflexiones tienen sentido, que lo que realmente une son los lazos de sangre; pero un pequeño rayo de mi sol interior parece insistir en mantenerme.
En realidad estoy muerto, veinte veces muerto (como dije), aunque un motor al que soy ajeno me mantenga dando tumbos sobre el suelo, arrastrando los pies sobre la fría arena. ¿Qué fue de la estrellas que me cegaban cada vez que me asomaba al firmamento? ¿Ubi sunt la permanencia en algún presente inmediato, en cuerpo y alma? Casi todo se ha ido ya, y si escribo es porque quizá quede algo a lo que agarrarme, un clavo ardiendo, ya saben. Supongo que la manera de acabar con todo esto sea buscando un fino hilo sobre el que hacer equilibrismo, que me mantenga recio sobre mis pirañas.