miércoles, 21 de septiembre de 2011

218

Un día, una mañana, sales disparado de la cama sin tener ni idea de que acabas de adentrarte en el laberinto sin salida de la vida. Si además la situación en la que te encuentras no es la más idónea, pasas segundos, minutos, horas... deseando que tu cuerpo nunca se hubiese separado de aquellas sábanas, y que todo gire rápido y sin pausa como en una noria. Pero ese día no tienes tampoco ni idea de que si juegas al azar, aunque tu canción favorita de Vetusta no sea Copenhage, puedes tener la combinación ganadora entre manos, y que lo que empieza siendo un impulso efímero puede convertirse en un "no te vayas nunca".

Tengo miedo al futuro a ratos: a que se consuma ese cigarro que apenas roza tus labios pero ya arde de forma incandescente y a que Kutxi no quiera que me quede a tu lado y no pongamos mantel alguno. Aunque en realidad el presente huele casi tan bien como mi nuevo gel de baño, y me das tantos besos que a veces pienso que pronto voy a tener que buscar unos labios de repuesto, para cuando solo sienta el hormigueo que precede al roce que no cesa.

Mira esas luces de neón. Sí, es un número, y está ahí para decirnos cual es nuestro sitio. Igual que el faro al que no llegamos, y ni falta que hizo, porque lo importante no era llegar sino el trayecto. Solo pienso en él, en caminar  por el desierto que no lleva a ninguna parte, que no tiene final.

¿Qué he sacado algo en claro de todo esto? Que no hay mal que por bien no venga y que te quiero. Eso último tatuátelo donde pueda morderlo después.

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