jueves, 8 de diciembre de 2011

Etapa

Nunca supe si la situación podría haber sido mucho más grave de lo que era entonces; no alcanzo a hacerme una idea de si el número de mis idas habría podido llegar a equipararse con el de sus venidas algún viernes soleado; no termino de distinguir si el camino que nos encauzaba era el mismo o yo caminaba en círculos que me hacían retroceder pero nunca volver al origen. Me perdí en mi universo.

Desconozco si olvidaré aquella noche de playa en la que el gorrión estaba harto de toparse con las rejas de su jaula autoimpuesta. Había más estrellas que ilusiones hechas trizas, una luna que había llenado un mar a sus pies con lágrimas de color púrpura y una conciencia que comenzaba a ser consciente de su inconsciencia. La templanza que se alzaba por todo aquel paisaje nocturno me desesperaba en un momento en el que mi inquietud exigía de varios chutes de adrenalina que agilizasen el movimiento de los engranajes. Fue entonces cuando, sentado en una silla engastada en la arena, percibí la depresión verdadera, como aquello que yo denominaba mis circunstancias cambiaba su estado de reposo natural por unos pies apoyados sobre el cielo y unos labios que besaban el suelo. Sí, una etapa acababa de llegar a su fin, y tardaría demasiados de tachones de calendario en caer en la cuenta de que aquellos días solo fueron una pesadilla y que las luciérnagas comenzaban a iluminarse ahora...

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