jueves, 4 de agosto de 2011

ARTAJERJES

Cuentan que al sonido que provoca una lanza al chocar contra el suelo le sigue la muerte de un rey; pues ese sonido indica que el guardia que a guarnece los aposentos del monarca ha caído víctima del sueño.
Yo no lo pongo en duda, pero en mi caso es el propio guardia quien me guía  a través de los pasillos hacia el aposento del rey. El guardia se detiene y me señala una puerta situada a cinco metros delante nuestra. Cruzo esos últimos cinco metros yo solo, que extraños me resultan escrúpulos de los traidores: ¿acaso piensan que por limitar su eficiencia son menos viles sus actos? La humedad de mi mano hace que necesite aplicar más fuerza para agarrar el pomo de plata; de pronto una imagen ataca mi mente: la de un hombre de acero rígido como las montañas, que sin inmutarse hunde su espada en el vientre de un león que intenta devorar su cara. La sangre oxígena mi cuerpo  y  permite que me haga dueño de la situación; esa imagen no está forjada en mi vientre sino tallada en la puerta ornamentada de los aposentos del rey de reyes.. Es una escena que muestra la dura prueba a la cual deben someterse todos los soberanos de Persia. Voy a ser yo, y no el tiempo, quién cause la muerte a un hombre que caza leones.
Abro la puerta lentamente y con cautela; el chirriar de las bisagras suena en mi mente como el redoblar de los tambores de guerra. Mi fuerza homicida se acobarda La habitación esta tenuemente iluminada por lamparillas de aceite, ¿acaso teme a la oscuridad el soberano de oriente? Hace bien.
Me sitúo al nivel de su cabecera en la cama. Desenvaino mi daga de bronce y la duda, o temor, inhibe mis actos. ¿Dónde le apuñalo? El corazón parece la mejor opción, pero la hoja del cuchillo es demasiado fina; no creo que sea capaz de traspasar la caja torácica que con tanto celo guarda el corazón del amo. Podría ahogarlo, coger uno de los almohadones que hay tiradas por las alfombras del suelo, apoyarlo sobre su cara y luego echar mi cuerpo encima. ¿Pero y si se despierta? Es un hombre fuerte y yo apenas mido uno cincuenta. ¡Ya está! Le cortaré las venas mientras duerme plácidamente,  ¿pero y si corto en equivocado y sobrevive a mañana sin desangrarse? Mi cabeza sería el adorno de la pica más alta.
Nunca tuvo nadie su destino más ligado al de un rey que su propio asesino. Su muerte recordará la historia, pero en cambio mi nombre borrarán los anales. Seré yo quién sea ajusticiado, mientras otros se benefician de mis actos. Nunca es suficiente el oro que induce a la traición. Envaino el cuchillo y con cuidado abandono la estancia. Pues el rey está durmiendo y yo hice un mal trato.
Pepe Aledo Diz.

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