domingo, 1 de mayo de 2011

Clásicos que nunca cambian.

Sentado en el suelo, en la esquina de una oscura habitación te encuentras Heracles. Te encoges con la ilusión de desmaterializarte del mundo, mas no lo consigues. Ocultas la cabeza entre tus piernas para sumirte en la oscuridad, para no ver ¿No ver el qué? No ver el cadáver de la madre y los hijos que tú has matado. No ver la sangre que salpicó la pared cuando estrellastes a tus dos hijos contra ella. No ver el rostro de Mégara que yace en el suelo al otro extremo de la habitación, ella te mira. Sus ojos están húmedos por las lágrimas que derramó mientras te veía matar a los pequeños; su boca desencajada por los gritos y los cabellos caidos acaricían su rostro. El rostro que mirabas mientras apretabas su cuello.

Anfitrión llega el primero para descubrir la escena. Tu padre mortal no puede evitar negarte. Luego llegan tu sobrino Licimio y tu hermano Ificles. Licimio oculta los cuerpos, mientras Ificles y Anfitrión piensan en tu cohartada y quién será tu abogado. A Ificles se le ocurre alegar en tu defensa locura transitoria, decir a los medios de comunicación griegos que Hera te volvió loco y que por eso mataste a tu familia. Inventar otro mito que nunca se escuchará.

Pero tú Heracles sabes la verdad y ocultas el rostro para no ver. No ver la maleta que Mégara hizó porque te iba abandonar. Esa es la verdad, un mito más.






Pepe Aledo Diz.

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