jueves, 8 de septiembre de 2016

M (II) [08/09/2016]

Nunca le gustaron los tacones, ni a mí que se torturase de esa forma. Ya bastantes problemas podría traerle yo con esta torpeza para el amor que me caracteriza. Algo así como Ray Loriga y su "Ya solo habla de amor", uno de esos libros que aspiran a decepcionar gracias a una contraportada que solo sabe mentir. No obstante, como consecuencia de mi gusto obcecado por los pequeños placeres terrenales y los convencionalismos sociales más superficiales y vomitivos, debo confesar la adoración que sentía cada vez que se pintaba los labios. A decir verdad, este benévolo fetiche tenía su razón de ser en la espontaneidad que lo caracterizaba; un intento por encajar en esas noches interminables de fin de semana, donde todos acabamos sucumbiendo al rebaño como cada lunes. 

Ella odiaba esto último, pero ya se sabe: la oveja, al fin y al cabo, necesita un rebaño en el que cobijarse.  


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