sábado, 14 de mayo de 2011

Hoy he tenido un sueño

Tenía una pequeña historia preparada para desencadenar sensaciones navideñas entre mis lectores. Animales de granja, ¿quién ha hablado aquí de estrellitas heladas? En realidad pensaba en una serie de diminutos duendes gallegos emigrados a Laponia, acompañados por mazapanes parlanchines armados con candies hasta los dientes. Sí, duendes y mazapanes; pero también regalos cuidadosamente envueltos con papel dorado, cubiertos por un coqueto lazo rojo que lo ensalce, muy majestuosos ellos. Creo que he metaforado demasiado, cuando en realidad solo pretendía citar una serie de invernales sensaciones: paz y amor.

Hoy he tenido un sueño. Sé que no es un hecho insólito y que, a veces incluso, lo hacemos sin llegar a ese estado de coma temporal con el que damos las buenas noches a nosesabequién por tener una cama tan calentita cuando el mercurio se cae de su estrado. ¿Os preguntáis qué he soñado? He soñado con billetes ardientes en mi mano. Éstos sufrían un trastorno patológico de personalidad; como tú, como yo y como ese que dice tener piel de acero, pero se quiebra con tanta facilidad como el cristal de tu ventana en un movimiento de placas tectónicas. Pues bien, el trastorno citado se veía reflejado lo más abiertamente posible: en su superficie. No tenía un color definido, ni tampoco el rostro impreso de Miguel Pizarro, ni el de Benjamin Franklin, y ni mucho menos del Tío Paco. Y es así como deberían de existir estos infernales rectángulos, desempeñando un papel sumiso en el círculo vicioso que hemos ido creado a lo largo de la Historia: ceniza mezclada con un amasijo de tierra al que ni siquiera fertiliza. Que inútiles debían de sentirse. Lástima.

¿Qué pena, verdad? Comenzar a teclear con la intención de crear algo parecido a un relato, y acabar como Freud, dando importancia al inconsciente cuyo control se me escapa de las manos. Pero la vida es ésto: ensalzar lo absurdo de la utopía que nos envuelve, que es un 95% de su genio y figura.

Por: Daniel Carrascosa Costa.

1 comentario:

  1. él que no le gustaba escribir patológicamente... de absurdos y miscelánea.

    Oye, ¿por dónde paraba eso del blog escritores murcianos unidos? Yo quiero participar.

    ResponderEliminar