viernes, 3 de junio de 2011

Bañeras de agua caliente.

"¿ Estás triste?" pregunta su madre, "sí" contesta él antes de colgar el teléfono. De nada sirve mentir a una madre, ellas lo saben todo o al menos aquello que les interesa saber. Él se encuentra cansado, son demasiadas las batallas en las que ha participado: la de la madurez, la de aquella mujer, la de encontrar sentido al absurdo, la de mirarse al espejo cada mañana y no sentir verguenza.

     Él nunca fue ambicioso, pero támpoco quiso contentarse con menos de lo que merecia. "Todo lo que tengas será por tus méritos"; esta frase lucia en su cabeza igual que una cruz de hierro sobre la guerrera de un soldado. Desde niño aceptó que sus padres no eran ricos y que su apellidos eran bastardos, pero no le importaba. Más dulce sabe la fruta cuando el invierno a provocado hambruna. Se había hecho hombre y no tenía méritos, ni cruces de hierro ni fruta.
     El apartamento, en el cual habita su escuálida figura, es pagado cada mes gracias a la caridad de sus progenitores. Descalzo abandona el salón, camina sobre las frias losas que forman el suelo, las paredes llenas de manchas provocadas por la humedad son testigos mudos de como llega a la cocina; grande, vacia y antigua, apaga un fogón y con mucho cuidado quita una olla llena de agua hirviendo. Avanza hacía el cuarto de baño y vierte en la bañera el agua caliente, está se abraza con su homóloga fría, dando lugar de está forma un duelo por someter una a los designios de la otra. Deja la olla vacía en el lavabo, se quita los calzoncillos y desnudo se sienta en el borde de la bañera. Sumerge la punta de los dedos de su mano derecha en el agua. Mueve la mano en círculo provocando ondas que le transmiten recuerdos. Recuerdos de una niñez, en la cual jamás llegó a imaginarse hecho hombre o al menos no el hombre que es. Él se atrevió a soñar que sería un gran pintor con un estilo propio, que crearía pinturas para regalar al mundo. Pero sus pinturas fueron devueltas. Continuó luchando, sin renunciar a su sueño se matriculo en la universidad para estudiar la carrera de bellas artes. "Viviré del estudio y la enseñanza", pensó, "mientras tenga un sueldo podré pagar las pinturas y los lienzos". Ese sueldo nunca llegó; a pesar de las largas horas dedicadas al estudio, y de creer que la pasión anidaba en su cuerpo, resulto ser un estudiante mediocre por no decir pesimo. El cinco era su salvavidas, lo que para otros era insuficiente él lo ansiaba, necesitaba más que nadie.
   Su cuerpo se sumerge en el agua, se quema, coge la navaja que ha dejado al lado de su único champú. La navaja de asta de ciervo que le regaló su padre, el hombre que le hizó amar la pesca y el mismo que le hizó odiarla. Deja  que pase el tiempo para que el pene se vuelva totalmente lánguido. Abre la navaja, sumerge el filo en el agua y lo coloca encima del mienbro. Ahí donde va no lo necesita, supuestamente los ángeles no tienen sexo. Pasan los segundos, y aunque es consciente que debe cortarse el pene mientras el agua aun está caliente, no puede hacerlo. Acaba de apreciar que la luz natural es mucho más hermosa que la artificial. Encima de su bañera ahí una minúscula ventana translúcida que da al patio de luces; esa ventena le muestra un mundo gris y triste. Suelta la navaja, la cual se hunde en el fondo, y sonrríe: ha comprendido. Comprendido que vale la pena ver el Sol asomar por esa translúcida ventana.      

Pepe Aledo Diz

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