miércoles, 29 de junio de 2011

Sabor a Nutella

Un batido con sabor a Nutella. Sí. Me corroe el deseo de tener uno de esos entre ceja y ceja, servido en un vaso largo y ancho, de esos que no terminan de ser cuadrados pero que son contorneados por piquitos que los dotan de un aspecto singular.
Si pienso en el sitio idóneo para su degustación, me traslado a una de esas esponjosas nubes donde puedes caminar sin practicar el paracaidismo, y el sol reluce como si quisiera achicharrarle la piel al resto de mortales. Las cafeterías gozan de gran confort, pero yo necesito algo mucho más cálido; un clímax de auténtica tranquilidad en el que cerrar los ojos, sentir la plenitud del viento en mis pestañas y  masticar un chicle terriblemente azucarado. Es evidente que la misión de este último es la de formar grandes pompas rosas, y nada más.
¿En compañía de quién? En compañía de nadie, pero no de nada. Cualquier tipo de reproductor de música sirve, aunque sufra anginas de pecho cada cuatro o cinco meses, contradiciendo totalmente a los grandes almacenes que sacaron al mercado. Tampoco estaría mal llevar en los bolsillos uno de esos marcianitos con el pelo largo y de punta y con esa sonrisa tan contagiosa que siempre llevan puesta. Seguro que nunca nadie ha visto a un marcianito hacer una mueca, y mucho menos con una nariz que no se asemeje a la de un judío. Son una auténtica gozada.

Apartado a un lado mi sitio de recreo imaginario y poniendo de nuevo los pies en la tierra, no puedo evitar hablar acerca del señor que me he encontrado esta mañana en el médico.
-Hace poco que han muerto mi padre, mi madre, mi hermana y mis suegros, pero no agacho la mirada porque, en ese caso, yo sería el siguiente.
Cuanta razón tenía. No le temblaba la voz ni el pulso, al contrario que mis palabras en este gallinero, que se difuminan inexorablemente.
Me quedo con él y con otro ser anónimo de avanzada edad que caminaba delante mía con una flor en la mano. Era evidente que la había arrancado de algún parque público, pero eso le daba aún más encanto. Después, me he dedicado a buscar más personas como él, que hiciesen de lo absurdo una delicia.


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