martes, 28 de junio de 2011

Manda huevos, para un sábado noche que podría estar con Maritere intentando convencerla para comernos las partes genitales; me lo paso en casa de mi tío Fernando cuidando a la pequeña. Bueno, al menos la niña se porta bien, en toda la tarde y lo que llevamos de noche solo he tenido que cambiarla una vez. Yo a su edad llenaba traicioneramente a mi padre de mierda. Ella en cambio con cuatro años ya no usa pañal, eso sí que es un voto de confianza y no el dejar las llaves de casa.
Qué se supone que estoy viendo? Mi prima me dijo que después de la cena dejase a la cría ver una hora de dibujos, ¿es este el canal? “El tres con el uno” me dijo, “el tres con el uno es Disney Channel”. Yo no tendré televisión por cable pero conozco los productos de la factoría Disney, y esto no lo es. ¿Le gustará a la nena esto que estamos viendo? Seguramente si, su pequeña figura sentada sobre el blanco inmaculado del sofá y sus ojos abiertos como platos no muestran signos de actividad cerebral. Aunque también lleva puesto un pijama de Charmander y dudo mucho que sepa de la existencia de los Pokémon, a lo mejor ella es más de Squiertel o Bulbasaur, o prefiere Digimon. Seguro que su madre lo compró sin preguntar antes. No puedo creer que para una vez que tengo un televisor de ochenta y cinco pulgadas delante este viendo a cuatro soplapollas haciendo gilipolleces; el humor de ahora consiste en gesticular, dar brincos y cantar sobre la virginidad que no han perdido, ¿los niños entenderán la trama? Las películas de Disney que yo veía eran geniales, hechas por personas con talento, las cuales también fueron niños y seguramente sus madres les leyeron los clásicos de la literatura antes de ir a dormir. Y no se la agarraban con papel de fumar. Hicieron películas como Bambi, la cual mostró a mocosos como yo la existencia de la muerte y su indiferente naturaleza. Con los Aristogatos vislumbre una de las escenas más calentorras del cine, nunca olvidaré al tío Wualdo, todo mamado, siendo llevado a cuestas entre sus dos sobrinitas, las cuales hacían risitas a los pellizcos lascivos que su tío les propinaba en la pompa. Semejante perversión y genialidad sería imposible de concebir hoy en día, como tampoco creo que los niños conozcan la versión de caperuza roja que me leyó mi madre. Para mí la abuelita y la tierna chiquilla fueron devoradas y masticadas por el fiero lobo, nada de esa mariconada de tragárselas vivas, y luego fueron digeridas y cagadas; y en todo caso la aparición del cazador se limitó a llegar y pisar la mierda. Ahora los libros de cuento son de tres líneas por página y el resto dibujos.
Mi prima me dijo que la acostase a las 21:00 y ya son las 22:25, paso prefiero no enemistarme con la criatura. Angelica que tímida es, lo que me ha costado hacer que se moviese para ir a cenar. No me extraña, sabe que este piso tan bonito es de mi tío Fernando, su abuelo, y que mi prima Nuria es su mamá; y que la razón de que ninguno de ellos este hoy aquí es porque han ido a pasar la noche con el yaio, para ella bisabuelo, que está malito. No sabe quién soy yo, le extraña que este aquí haciendo para ella aquello que es exclusivo de su mamá, y tampoco comprende con que derecho toco las cosas de su abuelo Fernando. Lo lamento hija no es culpa mía que los viejos den tanto follón para morirse. Es lo que toca, jodete cabrón que no me contaste un cuento en tu puta vida. ¿Lamentara la niña tu muerte? Espero que no. Delante mía hay una enorme estantería donde conviven en perfecta paz y armonía el televisor, fotos enmarcadas de tiempos pasados( y que por eso nos parecen mejores), libros que nunca serán leídos, piezas decorativas que quisieron ser arte, y lo más importante setenta y cinco deuvedés todos originales. La mesa de roble sobre la alfombra es mi único obstáculo, fácilmente sorteable.
Hace meses que tengo ganas de ver una película bélica pero no de la segunda guerra mundial, son demasiado propagandísticas, sino del Vietnam. Vietnam tuvo que ser de lo más divertido, siempre que no te matasen ni te mutilaran; las películas sobre Vietnam son los poemas homéricos de las artes gráficas. Podría ver La chupa de chapa, Apocalypse Now, La colina de la hamburguesa, Platoon, y como no Rambo. Al cual no hay que confundir con esa mierda de Desaparecido en combate del pelirrojo ese. La primera tuvo cierta gracia pero ya era de ser demasiado gilipollas el perderse dos veces más en el mismo combate. Lástima que la niña no se duerma, aunque tampoco creo que pasase nada porque viera una peli de guerra. En dos días se le olvidaría lo que ha visto, y además la mierda esta es mucho más traumática qué coño. Me está mirando, ¿quieres algo? Ostias es el móvil, Maritere que oportuno. Me levanto y entonces pasa algo raro, la pequeña se altera y hace un ademán de puchero. El miedo a quedarse sola la hace quererme, pobretica; “tranquila nena me voy al pasillo a hablar por teléfono, así no te molesto mientras ves la tele”. Salgo hacia el pasillo, el resplandor que proviene del comedor es mi única guía, me basta, la luz es a veces demasiado impertinente.
-Maritere, dime.
-Pepe, ¿cómo estás? ¿Oye sabes algo de tu abuelo?
-No, no me han dicho nada. Eso significa que todavía vive.
-¿Cómo está la hija de tu prima?
- Bien no arma follón ni na. Le he dado la cena y ahora estamos viendo la tele.
- Pepe yo ahora no estoy haciendo nada, ¿quieres que me pase?
- Uf, no se Mari. Si no he podido hacerme una paja en el aseo porque me daba cosa con la cría por ahí, el follar ya me resultaría violento.
-¡¿Qué dices subnormal?! Yo digo de ir pa vernos y hablar un rato.
-A bueno, si es pa eso mejor no vengas…..¿Maritere?..................Se ha cortao.
Abandono la oscuridad para arroparme de nuevo en la cálida luz del salón. Encuentro algo que me sorprende, la niña está apoyada sobre sus brazos en el cojín del extremo izquierdo del sofá, el más cercano a la puerta. Me estaba esperando, tenía miedo de que no volviese del pasillo; para los niños el pasillo y su oscuridad es un planeta desconocido, un rio por el cual solo navega Caronte y su soledad. Me mira, no hago nada, ella dirige sus ojos de nuevo al televisor. El programa ha terminado y en breve empezará otro igual de malo, ¿te habrá hablado tu madre de mí? Seguramente no, no me gusta el título de primos segundos. Apago la tele y te cojo en brazos: “vamos a la cama niña, voy a contarte un cuento. Para que el día de mi muerte no te sea indiferente”.

Pepe Aledo Diz.

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