El veinticinco de abril del año 2010, un servidor de nombre Pepe Aledo Diz , tuve el honor de manchar el charol de mi calzado con arena de las ventas. Di el paseo vestido de luto, para prevenir, y en el terreno de medios me descubrí ante público, que igual que la banda sólo callaron cuando del corral salió un toro negro de buena maestranza; con el cual bailé la danza macabra. Qué toro más bravo era; toro tranquilo por lo tanto el más temido. A los chulos y picadores asustaba a la vez que provocaba. Admitía capa y muleta, y la plebe le adoraba como a virgen despechada.
Con la música del clarín se descubrió el tercio de espada; maquillándose de sangre la arena de tablas. Qué toro mas bueno era; era tan bueno que al matarlo éste subiéndose al cielo me dejó sin la oreja ganada; y cuando acabose de presenciarse el milagro, la plebe que habia gustado mi toreo no quería mirarme a la cara: “Era tan bueno”, decían , “junto a San Antón descansa”. Fíjense si era tan buen toro que no solamente subió al cielo, sino que además por su culpa me llevaron preso.
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