Sí…Todavía puedo recordar su atenta mirada a las palomas del parque. Pobre desgraciado, nadie creía sus absurdas batallitas de guerras hipotéticas en las que él mataba con sus puños a treinta y cinco franceses, el último de los cuales, según decía, tenía un tigre como mascota, al cual también ejecutó de una pedrada en la nuca. Quizás fuera cierto, pero a todos nos parecía una locura. Algunos le llamaban “cuernos”, por culpa de su tercera mujer. Algunos le llamaban “albino”, por su pajiza piel. Y otros “ojos rojos”, no hace falta decir por qué. Él reunió los tres motes para afirmar que era hijo del diablo, lo que fue el causante de todo lo que le ocurrió.

Todo terminó el tres de marzo de dos mil diez. Él decía que su poder apenas tenía límites, hasta que un día la policía le arrestó por escándalo público, ya que se bajó los pantalones en medio de la plaza del pueblo para mostrar a todos los niños su mayor súper poder. Esa noche la pasó en el calabozo y al poco tiempo fue procesado y encerrado en la cárcel por acoso sexual a menores. A la siguiente semana desapareció. Su celda quedó vacía. Me habéis tratado como un loco, y ahora os demostraré quién soy, jamás volveré a aparecer ante vuestros ojos. A los pocos días se descubrió al cadáver en un descampado cercano al centro penitenciario.
Nadie sabe de qué murió ni si sus historias eran ciertas, ni tan siquiera se supieron ni se intentaron interpretar, pero consiguió lo que ningún otro en el lugar: Ser recordado.
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