El hecho de verle las orejas al lobo, goza de una copiosa productividad para la bestia-hombre. Gracias hormonas. Gracias a vosotras, y las cantidades industriales de cerveza barata, por hacerme saber que su cuerpo no es moco de pavo, y que dejaría que me torturasen hasta el suspiro final, con tal de que se cumpliese mi última voluntad: ser corsario de su cuerpo, que es capital de mis sentidos.
Ya no más, se acabó.
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